sábado, 25 de abril de 2015

La Quinta Sinfonía en Valladolid: concierto de Nikolaj Znaider

Quien les escribe estas líneas tuvo la oportunidad de asistir a la interpretación en vivo de la Quinta sinfonía, una de las grandes obras del autor a quien hemos consagrado el blog. Los responsables fueron la formación de la comunidad, la Orquesta Sinfónica de Castilla y León, dirigida en la ocasión por un joven director invitado, Nikolaj Znaider. No son muchas las veces que podemos escuchar en directo la música del genio nórdico en nuestra propia ciudad (calculo que la media de Sibelius programados en el Auditorio es de una obra aproximadamente cada dos temporadas), por lo que no dudé mucho a la hora de acudir.

He de reconocer que no conocía la música de Znaider, aparte de haber visto su nombre en la portada de algún disco de conciertos para violín dirigidos por Valery Gergiev. Es que la figura de Nikolaj Znaider (nacido en 1975 en Copenhague, de una familia de origen judeo-polaca) ha brillado hasta ahora más como virtuoso del violín, habiendo tocado muchos de los grandes conciertos del repertorio - por cierto, al menos en grabación todavía no el de Sibelius -. La dirección ha sido una actividad relativamente reciente en su carrera, según descubrimos en el programa de mano, pero ya ha tenido el honor de dirigir orquestas como la Filarmónica de Munich, la de Birmingham o la Sinfónica de Londres, siendo el principal director invitado de la Orquesta del Teatro Mariinsky.

Nikolaj Znaider

Por tanto, sin unas especiales expectativas, acudimos al Auditorio Miguel Delibes para asistir a un programa consistente en la sinfonía de Sibelius en la primera parte, y el monumental y difícil poema sinfónico Así habló Zaratustra opus 30 de Richard Strauss para concluir el concierto.

A grandes rasgos mi apreciación personal sobre el evento fue más que positiva: el Sibelius de Znaider fue una gratísima sorpresa, con una vibrante interpretación que en ocasiones alentó el entusiasmo de todos los presentes, oyentes y músicos inclusive. La obra del maestro finlandés fue abordada con un gran respeto y pasión, y el director le hizo un enorme favor, demostrando ante el público local por qué esa obra se merece todos los laureles del gran sinfonismo. Aunque hubo también sus compases más débiles, globalmente la ejecución fue muy buena, y no creo equivocarme si digo que el público, incluyendo los que no conocían la obra, salió muy complacido de ella.

El comienzo del primer movimiento fue algo indeciso a decir verdad, con cierto temor que incluso dejó algunos fallos evidentes  en las trompas, pero pronto se creó el clima adecuado cuando Znaider tomó la batuta, nunca mejor dicho, y la música empieza a fluir con toda naturalidad, bajo un clima de beatitud y de brillo áureo ciertamente hermoso. Las cuerdas llevaron el peso del drama: Znaider es un violinista y creo que eso se notó a lo largo del todo concierto por el mimo extraordinario con que trató a la sección. Sibelius también lo fue, por lo que esa especial sintonía hizo mucho bien a esta obra, aun cuando esta sinfonía en particular quizá sea la sinfonía - sobre todo si la comparamos con la Tercera, la Cuarta o la Sexta - donde el viento, incluido el metal, tiene un mayor peso. Pero no se trató simplemente de cuidar y/o hacer sobresalir a la cuerda: Znaider explora sabiamente lo que está en la partitura, las superposiciones de la sección, sus auras y su devenir en principio propio contra el resto de la música.

El gesto del director es impetuoso pero nunca histriónico, poderoso y muy comunicativo, directo y sin ritualismos. Se trasluce además bastante complicidad, de lo que podemos deducir que ha sido una obra bastante ensayada antes de este concierto inaugural (repetido esta tarde-noche en Valladolid, viajando después a otras localidades de la comunidad).

La transición hacia el final del primer movimiento - final que en la versión original de la pieza (de 1915) era en realidad un movimiento separado - es uno de los momentos esenciales de la sinfonía, una verdadera piedra clave de la obra en la que los directores demuestran si han entendido la obra o no. Con Znaider llegó tenuemente, casi desapercibida, pero con gran elegancia y un feliz y desenfadado entusiasmo, a través de un progresivo y fino crescendo. Era como decimos difícil pero, aunque fue una lectura muy peculiar y libre, sin duda fue el mejor fragmento de la interpretación. La sección que sigue se realizó con ritmos firmes, mezclados con rubatos de nuevo muy libres, pero creadores de un gran drama (¡qué sensacionalmente oscuros sonaron algunos acordes!). El arrebato que supone todo este movimiento, en especial su reexposición/scherzo duró hasta una coda palpitante, casi llena de ansiedad, y delirio, llegando incluso a provocar algún aplauso tras la doble barra, como si todo el movimiento hubiera concentrado toda una sinfonía (resulta muy curioso este hecho si pensamos que durante el proceso de revisión de la obra el autor pensó en dejar ese movimiento como único).

El segundo tiempo también traslució animado (aunque con un tempo algo rápido), y muy contrastante, de nuevo con la cuerda como protagonista, y un buen uso del pizzicato, dando cuenta de las singulares, mágicas en ocasiones, sonoridades de la orquesta sibeliana a pesar de su aparente sencillez. La interpretación tuvo sus buenos recursos dramáticos, que el director aprovechó al máximo, comunicando toda una aventura bajo las en apariencia sencillas variaciones. Todo bajo una dirección algo rapsódica, hay que decirlo, pero haciendo así que la composición fluyera plenamente. A destacar también algunos sonidos delicados de los oboes, así como de los timbales, que a lo largo de la sinfonía se mostraron muy destacados por su efectividad sin que sobresalieran dinámicamente más allá de lo indicado en los pentagramas.

 Vista de la sala sinfónica del Auditorio Miguel Delibes

El tercer tiempo de nuevo tomó el entusiasmo del final del primero, pero quizás aquí hubo mayores lagunas en su devenir. La cuerda tuvo grandes prestaciones desde el podio, pero a algunos de los instrumentistas la rapidez de ciertos pasajes y los divisi se les hicieron algo peliagudos. El tema "de los cisnes" se antojó majestuoso e inmenso, y de seguro que emocionó a la sala. El ímpetu quizá fue excesivo en el "colapso" correspondiente (como en la Cuarta aquí situado antes del final) y sonó con certeza algo confuso, pero al llegar los últimos compases y sus redentoras consonancias el drama se convirtió en una benévola promesa de paz. Los secos acordes finales fueron tomados por Znaider con espíritu masivo, cortantes e hirientes, auténticos martillos, redondeando con gran fuerza una muy buena interpretación.

El aplauso fue grande y agradecido, y el que les escribió quedó muy satisfecho de haber disfrutado de esta oportunidad, máximo como digo por no haberla esperado en demasía. Ojalá los responsables tomen nota tanto de director como de obra. Y es que la Quinta, a pesar de ser una obra netamente sibeliana - aunque su optimismo y grandiosidad no sean tan habituales en el compositor - conquista y entusiasma fácilmente al público que no se haya perdido en desfasados perjuicios y desinformaciones, y sobre todo con una buena dirección.

En cuanto al Richard Strauss - he de decir que obra y autor se encuentran entre mis favoritos también, por que el programa fue un verdadero placer - quizá, dicho objetivamente, el desafío era bastante mayor, pero Znaider supo salir más que airoso. Aunque hubo varios desajustes, la visión del director fue firme y llena de fuerza, con un especial énfasis en los momentos más frenéticos de la partitura, destacando especialmente alguno de los pasajes más repletos de cromatismos. La fuga (la sección "De la ciencia") sonó algo desordenada, pero a cambio los numerosos pasajes protagonizados por los muchos divisi de la cuerda y sus diversos conjuntos se mostraron excelentes, casi mágicos. El concertino, Juraj Cizmarovic, con una particella tan brillante como difícil, lo hizo francamente bien, y el vals de "La canción del baile" sonó lleno de placeres dionisiacos.

El aplauso de nuevo fue grande y prolongado, bien agradecido pero por desgracia no correspondido con algún bis - aunque hay que reconocer que quizá no añadía nada a la sensación dejada -.

Las notas del programa respecto a Sibelius fueron correctas respecto a la visión de la obra, si bien mostrándose completamente asépticas de toda referencia concreta sobre la composición de la obra y su contextualización en la vida o el momento estilístico del autor. Es decir, buenos conocimientos musicales pero ningún conocimiento sobre Sibelius. Si lo comparamos con las notas sobre Strauss, mucho más atinadas como es habitual, no podemos sino lamentar cuán desconocido sigue siendo Jean Sibelius en nuestro país, ¡aun cuando lleguen a tocarse sus grandes obras!

Les dejo también el enlace a una entrevista concedida al diario local El Norte de Castilla con el director, donde apunta algunas reflexiones sobre las partituras interpretadas.

Una gran ocasión pues. Ojalá se repita más veces en nuestra ciudad.

miércoles, 22 de abril de 2015

Biografía (48): la fama internacional y la sinfonía imposible (1932-1939)

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A principios de 1932 Jean Sibelius batallaba con la composición de la Octava sinfonía. Su conclusión por una parte parecía próxima, pero sus inseguridades acerca de la obra le hacían retrasar más y más su finalización. A mediados de enero telegrafía a Kousseviztky: esa primavera le era imposible hacerle llegar la obra, y tendría que esperar por lo menos hasta octubre. 

En marzo su hija más joven, Heidi, se casa con el arquitecto Aulis Blomstedt. La casa de los Sibelius se queda pues para el matrimonio, pero pocas veces estarán solos. Además de la servidumbre, muchos visitantes se acercarán a rendir pleitesía al compositor a partir de entonces, siempre bien dispuesto a buenas charlas e intercambios de opiniones. Sólo parece haber un tema a evitar: su propia música. Pero periodistas a veces, y más frecuentemente autoridades, empresarios, escritores, músicos... tanto finlandeses como extranjeros serán bienvenidos a Ainola durante esa década. No faltaron tampoco las visitas de sus hijas y su cada vez más numerosos nietos, hasta un total de diez nacidos antes de la Segunda Guerra Mundial, a los que se sumaron seis más en los años siguientes. Todos ellos tendrán la suerte conocer en vida a su abuelo.

Sibelius, un café con Aino y su nieto Erkki Virkkunen (fotografía de los años 30)

A finales de abril, después de cinco décadas al frente, Robert Kajanus deja la dirección de la Orquesta Filarmónica de Helsinki (que él mismo había fundado), en manos de su otrora competidor Georg Schnéevoigt. El músico se despide con la Novena de Beethoven, de la que había sido pionero en el país. Pero el director, ya enfermo, aún no ha completado su legado, para lo cual viajará a Londres. 

El sello discográfico Columbia, que había auspiciado la creación de una Sociedad Sibelius, se había propuesto grabar la primera serie de sinfonías de Sibelius de la historia de la fonografía. El propio compositor sugiere en seguida el nombre de Kajanus para el ciclo inaugural. Dos años antes había grabado las dos primeras sinfonías, junto con dos movimientos de Karelia opus 11, a lo que se sumarán en aquel junio las sinfonías Tercera y Quinta, junto con La hija de Pohjola y la suite de "El festín de Belshazzar"

Comienza entonces una fiebre por grabar sus trabajos orquestales, en un momento en el que tanto la tecnología de grabación como la difusión discográfica habían permitido que las salas de  conciertos no gozaran ya nunca más de la exclusividad de los grandes compositores y los grandes autores. Aquel mismo año Leopold Stokowski había lanzado, aunque sólo para el ámbito de los EE.UU., la primera grabación de la enigmática Cuarta sinfonía

Al tiempo las salas de concierto se dejaban impregnar aún más de la fiebres: Koussevitzky tocará las siete sinfonías en Boston, ciclo que espera coronar en diciembre con el estreno de la Octava. El intérprete logra arrancar con su ciclo con grandes aplausos, que se completan con la primera grabación absoluta de la Séptima sinfonía, tomada en directo en mayo del año siguiente con la Sinfónica de la BBC.  

A Basil Cameron le había prometido el compositor también la nueva sinfonía, al menos su estreno europeo días después del internacional, como a Schnéevoigt el finlandés para esa primavera. Pero las esperanzas de todos ellos tuvieron que caer en saco roto.  En enero de 1933 el músico le escribe al director de origen ruso un telegrama desolador: "lamentándolo imposible esta temporada".

Sabiendo cómo terminaría la historia de la obra, podríamos preguntarnos una vez más si la sinfonía existía realmente. Pero lo cierto es que ese año nos deja una prueba bien palpable de que era algo más que castillos en el aire: se conserva una nota remitida al copista Paul Voigt, en la que le da algunas instrucciones sobre la partitura que está preparando a limpio, lo que demuestra que ciertamente al menos el primer movimiento estaba concluido, y por supuesto esperaba completar la obra muy pronto. Las promesas a Koussevitzky, Cameron, Schnéevoigt y otros dan cuenta a ello. Pero tras haber vislumbrado el castillo de su Santo Grial, las noticias y las referencias sobre la obra se diluyen hasta poco a poco desaparecer. Lo que hace sospechar que el compositor se ha apartado de la obra cuando estaba prácticamente acabada, y al perder este impulso no pudo volver a ella, aunque es casi seguro que debió intentarlo durante los años siguientes. 

Mientras su última gran obra se aleja, muchos de sus familiares y amigos se despiden del mundo. Su hermana Linda y su cuñado Arvid Järnefelt mueren en 1932, y en 1933 el pintor y vecino Pekka Halonen. Tras un tiempo de sufrimiento lo hará Robert Kajanus el 6 de junio de 1933, con gran dolor de nuestro músico. 

En noviembre, por petición de Cecil Gray, se estrenan su Intrada y Música fúnebre opus 111 para órgano en Londres, pudiendo el organista además improvisar sobre un pequeño tema de 9 compases que Sibelius había escrito para la ocasión. 

En 1934 Schnéevoigt lleva a también a Londres a la Sinfónica de Helsinki, con el objeto de completar - de nuevo por indicación del compositor - el ciclo que la muerte de Kajanus había dejado incompleto. En la capital británica graban la Cuarta, la Sexta y "Luonnotar" opus 70. Sin embargo al autor no le complace la interpretación de Schnéevoigt, y sólo da el visto bueno a la Sexta, que sería la única en publicarse en su momento. Una copia de la Cuarta fue sin embargo enviada a Thomas Beecham, que con instrucciones muy precisas de Sibelius realizará la primera grabación "oficial" de la Cuarta, y ciertamente un verdadero hito de la discografía sibeliana. Al año siguiente Beecham y Jascha Heifetz graban por primera vez también el Concierto para violín, un disco que no sólo se convertiría en un gran éxito internacional - y hoy en día un clásico -, sino que rescató de su relativo olvido a la obra y la situó para siempre entre los grandes conciertos escritos para el instrumento.

El año de 1935 vislumbra dos importantes eventos: el centenario de la publicación del "Kalevala" y el 70 cumpleaños del propio Sibelius. La efeméride kalevaliana servirá para desempolvar algunas de las partituras basadas en el poema épico que habían sido retiradas de las salas de concierto desde poco después de su estreno. En marzo Schnéevoigt dirigirá varios conciertos que incluirán Lemminkäinen opus 22 al completo (incluyendo los dos movimientos no publicados), o el gran tercer movimiento de "Kullervo" opus 7.

En septiembre recibe la visita del maestro Koussevitzky, que interpreta sus obras en Helsinki,  y que visita al compositor en Ainola, visita recordada con mucho afecto por ambos. Si hablaron de la Octava lo desconocemos: hacía un tiempo que el director no le había vuelto a insistir sobre el particular, sin duda sabiendo que de esa forma poco podía esperar...

Días antes de su propio aniversario se estrena un arreglo con texto en finés de la cuarta de sus Canciones de Navidad opus 1, realizado por el coro YL.


Sibelius llegando a la celebración de su 70 cumpleaños

El 8 de diciembre de 1935 los tributos hacia el compositor no sólo coparon la vida finlandesa, sino que felicitaciones y honores de todo el mundo lo coronaron de laureles. Todos los periódicos de Helsinki abrieron con ediciones especiales con la efeméride. Llegaron telegramas de Richard Strauss, Vaughan-Williams, Respigui, Weingartner, Furtwängler, Klemperer, y algunos tan inesperados como el de Fiodor Chaliapin. Además la Sociedad Sibelius de Alemania promovió la concesión de la Medalla Goethe - había sin embargo un trasfondo político en este reconocimiento, ya que al gobierno nazi le interesaba sumamente tener a los finlandeses a su lado -. En la Sala de Exhibiciones Armas Järnefelt dirigió el concierto-homenaje con Finlandia opus 26, la Primera sinfonía, números de La tempestad y una cantata, La reina cautiva. Al evento asisten primeras autoridades del país, incluyendo varios antiguos presidentes de la república - el presidente en curso, Svinhufvud, no pudo estar presente por enfermedad - y el recientemente ascendido Mariscal de Campo Mannerheim. Y además los primeros ministros de Suecia, Noruega y Dinamarca le honraron con su presencia. Sibelius más que una figura cultural es un auténtico símbolo.


Jean Sibelius asistiendo al concierto-homenaje del 8 de diciembre de 1935. A su derecha su esposa Aino, y junto a ellos Mannerheim

Tras el concierto un banquete prolonga la ocasión, cuyo gran momento llega en forma de ondas electromagnéticas: los asistentes pudieron oír a través de grandes altavoces la retrasmisión de la Segunda sinfonía que en esos mismos instantes interpretaba Otto Klemperer en Nueva York, interpretación que fue premiada con grandes aplausos en la sala de conciertos y en la fiesta alrededor de Sibelius. El genio nórdico estaba disfrutando de la fama de los inmortales en vida: no es de extrañar que se sintiera sobrepasado, y debido a su natural timidez no quiso repetir una celebración pública de ese calado por su cumpleaños en todo el tiempo que vivió.

En 1937 mueren dos buenos amigos: su cuñado el pintor Eero Järnefelt, y el compositor Erkki Melartin, uno de los grandes autores de la generación posterior al propio maestro, y a los que unía más una buena amistad y vecindad (era uno de los habitantes del círculo del lago Tuusula) que una sintonía de estilo musical. El aislamiento del longevo Sibelius, que está viendo morir a su generación, y aun muchos de sus amigos más jóvenes, se hace más profundo con el tiempo.

El compositor Erkki Melartin (1875-1937). Fotografía de 1936


La fama de nuestro compositor no deja de crecer día a día, al menos entre los países afectos (Reino Unido, EE.UU. y los nórdicos). En los míticos "proms" de 1937, Henry Wood se atreve a dirigir un verdadero maratón de con todas las sinfonías, el Concierto y otras obras breves, convirtiéndolo de hecho en un festival Sibelius. El público y la crítica responden con entusiasmo, incluso las obras más singulares como la Cuarta o la Sexta empiezan a cautivar. Al año siguiente Beecham, en el Queen's Hall, irá más lejos, interpretando además del ciclo y el Concierto para violín los grandes poemas sinfónicos y un sin fin de otras obras orquestales. El propio autor pudo seguir complacido muchos de esos conciertos desde la radio.

Mientras sus antiguas composiciones se están consolidando ya como clásicos, nuestro músico vuelve a trabajar en viejas partituras, aunque sea a manera de arreglos. En 1937 atendía una petición de su amigo el tenor Wäinö Sola: realizar una versión coral de la sección hímnica de su ya mítica Finlandia opus 26. En realidad ya circulaban desde hacía tiempo por los coros finlandeses un par de versiones debidas a manos ajenas de tal idea. Pero Sola albergaba un propósito mayor: convertirlo en el himno nacional, por lo que el que llevara la firma total de su autor le podría dar el empujón necesario. En principio Sibelius no veía con buenos ojos el arreglo, "no está pensado para cantar, sino más bien compuesto para orquesta. Pero si el mundo quiera cantar, uno no puede hacer nada contra ello". El propio Sola escribió el texto, cuya redacción para coro masculino estaría lista el 4 de abril de 1938. La versión se estrenó con un uso masónico, y de hecho se incorporó a algunas ediciones de la Música masónica opus 113. En ese ámbito se interpretaría muy frecuentemente, aunque no sólo se ha circunscrito ahí. En cualquier caso este arreglo, como los siguientes que realizaría, nunca han llegado a sustituir a "Vårt land" de Pacius/Runeberg, aunque la obra de Sibelius haya sido reclamada muchas veces después para ello.

También relacionado con su Música masónica está otro arreglo efectuado durante 1938, a petición de un editor italiano. "Salem" había comenzado a ser interpretada en versiones corales, y nuestro músico convirtió la parte del armonio en una partitura orquestal, de modo que pudiera ser interpretado como pieza para coro y orquesta, con el texto en inglés "Onward, ye peoples" ["Adelante, gentes"]. Dado que el acompañamiento dobla y armoniza la voz, puede ser interpretado también como pieza orquestal independiente.

Durante esa época de fama internacional, las cartas no dejan de llegar y acumularse en Ainola, y en verano de 1938 se ve como necesario el que alguien atienda con diligencia la tarea. Tras una difícil búsqueda, un yerno del compositor le sugiere a Santeri Levas, uno de sus empleados de banco, muy eficiente en su trabajo. Con el tiempo Levas no será sólo un perfecto secretario personal, sino que además se convertirá en uno de los más grandes confidentes del compositor. Sus recuerdos, plasmados por escrito tras su muerte, serán la base de uno de los libros más iluminadores sobre los últimos años del maestro.

Santeri Levas (1899-1987), revisando el correo diario con Aino y Jean Sibelius. Fotografía de 1940

Ese año parece especialmente productivo: en los últimos días habría trabajado en un nuevo arreglo, su Andante festivo JS.34 de 1922, trasladando el cuarteto de cuerda original a una versión para orquesta de cuerda con timbal ad libitum - de hecho sólo hace un pequeño redoble al final - . El arreglo, que se convertirá en uno de los bises más populares y efectivos del repertorio sibeliano, fue efectuado para una ocasión única: una retrasmisión radiofónica a Nueva York en la que el propio autor dirigiría la orquesta. El responsable de esta iniciativa fue Olin Downes, que logra convencerle para la emisión con motivo de la Feria Mundial de la ciudad de los rascacielos.

El 1 de enero de 1939 el genio nórdico se dirige a la sede de la Orquesta de la Radio Finlandesa, y con las manos temblorosas y apenas un pequeño ensayo previo, hace que su música viaje a través del espacio y del tiempo.

Sibelius tras su grabación, con Arvi Paloheimo

La interpretación afortunadamente fue grabada por la propia radio finlandesa, constituyendo el único registro sonoro del propio Sibelius dirigiendo (aunque por un error durante años una grabación al parecer de preparación del concertino fue la difundida; la versión auténtica apareció en 1995 en un disco del sello Ondine) . El registro sorprende en muchos sentidos, sobre todo por la lentitud de la ejecución - cuando el propio compositor solía quejarse en muchas ocasiones al oír a otros directores dirigir sus obras con un tempo más lento del indicado - y el alto grado de rubato. Quizá más que una cuestión musical fuera un asunto más práctico: tras una década de alejamiento voluntario de la batuta, sin oportunidad de más ensayos y con la responsabilidad de la retrasmisión, el tempo sosegado le podría resultar más seguro. A pesar de todo el documento, digno y lleno de nobleza, es impresionante. Podemos escuchar aquí la retrasmisión incluyendo la presentación del locutor en inglés, con un clarísimo acento finés:
 


1939 fue también un año de (relativa) actividad musical. Fue entonces cuando acometió la difícil tarea de revisar las dos leyendas de Lemminkäinen opus 22 que permanecían sin publicar, Lemminkäinen y las doncellas de la isla, y Lemminkäinen en Tuonela. El trabajo a vista de pájaro parece ser más de bruñido que de cambios radicales, pero lo cierto es que el nivel de detalle y de perfeccionamiento es tal que logra profundos avances estéticos, dando versiones mucho más acabadas y efectivas. De tal modo que, a partir de entonces, el ciclo comenzaría a ser interpretado por entero (aunque las otras dos leyendas siguieron siendo las más interpretadas), tal y como fue concebido. No obstante la edición tuvo que esperar unos años más, edición en la que finalmente El cisne de Tuonela intercambiaría su orden por el de Lemminkäinen en Tuonela, que se convertiría en el tercer tiempo.

A principios de aquel junio el matrimonio Sibelius alquila un extenso apartamento en un bloque del moderno Helsinki, con la intención de servir de residencia invernal, para evitar los riesgos del aislamiento de Ainola y de paso tener más cerca a sus hijas, que en su mayoría vivían en la capital. La calle años más tarde tomaría el nombre del compositor, al igual que el parque que solían recorrer en sus largos paseos junto a la costa, donde se sitúa en la actualidad también el emblemático Monumento a Sibelius

Respecto a su vida en el piso, que fue habitado ya desde ese mismo septiembre, existe una célebre anécdota: entre sus vecinos se contaba una joven estudiante de canto del conservatorio, en principio ignorante de la identidad del habitante del piso recién alquilado. El compositor, que amaba ante todo la tranquilidad, llamó a su puerta para pedirla que moderara sus prácticas: ¡y desde luego reconoció sorprendida al músico más célebre de su país!
 

En el verano de 1939 trabajó en una nueva versión de sus antiguos trabajos: un arreglo de "La muchacha judía canta", el número vocal de "El festín de Belshazzar", con acompañamiento pianístico, para corresponder la petición de la contralto americana Marian Anderson. 

"¿Cómo puedo cantar en la casa de los cautivos?" reza el texto de esa canción: el 1 de septiembre Hitler invadía Polonia, con el exterminio de los judíos como uno de sus objetivos. Casi dos meses después la Unión Soviética invadía Finlandia. El aislamiento de nuestro músico acababa al tiempo que el aislamiento de su patria. La guerra había llegado al país de los mil lagos.
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martes, 7 de abril de 2015

Väinämöinen y la Hija de Pohjola

Väinämöinen es sin duda la figura central del "Kalevala", la epopeya finesa elaborada a partir de fuentes populares, algunas de ellas de antiquísima raíz mitológica, por Elias Lönnrot. Es el protagonista directo de tres ciclos dentro del poema, y su historia se entremezcla con varias de las otras tramas del relato, incluyendo su leitmotiv, que no es sino el enfrentamiento de los héroes con Louhi, y el posterior robo del mágico "sampo".

 "Cabeza de Väinämöinen" (1893), de Akseli Gallén-Kallela

En la versión de Lönnrot aparece como "el justo y viejo Väinämöinen",  un sabio anciano que es la vez un bardo, un hechicero cuya magia es invocada a través del gran poder de su canto. A pesar de su capacidad, nunca usa su don si no es con buenos fines. Encarna el espíritu de la prudencia y de la reflexión, pocas veces actúa impulsivamente (y cuando lo hace acaba comprendiendo su falta), y a pesar de su sabiduría no duda en consultar a otros cómo lograr sus objetivos. Es un héroe popular también, porque muchos de sus actos son en beneficio de la comunidad, siempre dispuesto a establecer la paz y mediar en los conflictos, y a enseñar qué normas son las más justas para todos.

Sin embargo, parte de ese personaje fue creado por el propio Lönnrot, por lo que sabemos de contrastar las escasísimas fuentes sobre la mitología finlandesa anteriores. La primera referencia al Väinämöinen mitológico la tenemos en una famosa lista de dioses locales ofrecida por el reformados Mikael Agricola (c.1510-1557)  en 1551, dioses que en tan cercana fecha eran aún adorados entre los finlandeses de la zona central del país. Esas primeras fuentes lo sitúan como el poderoso dios de la música, el canto y la poesía, estableciendo su lugar en la propia creación del mundo. En su "Mythologia Fennica" (1789), el folclorista Cristfried Ganander sitúa al cantor como hijo de Kaleva, el gobernante de la tierra a la que da nombre (Kalevala) y hermano del dios herrero Ilmarinen. 


El origen de Väinämöinen según el Kalevala

Lönnrot no obstante ve en Väinämöinen quizá una figura histórica, un héroe o chamán que tal vez viviera en el siglo IX, convertido en dios por evemerismo. Y reinventa su origen mitológico: es hijo de Ilmatar, la Hija del Aire, la virgen primordial que nada en las aguas y  da origen al universo, según narraría en el canto I del Kalevala (el personaje fue creado por Lönnrot hasta donde sabemos). Un pato anida en su rodilla y, al resbalarse de ahí, los huevos se rompen, dando lugar a la bóveda celestial, al primer sol y a la primera luna. En sus movimiento la Hija del Aire, también llamada Luonnotar, va creando los cabos y los golfos de la costa, y las profundidades del mar. 

Väinämöinen nace de Luonnotar tras vivir en su seno treinta veranos, hasta que empieza a pensar y anhelar salir de la madre, para lo cual invoca a los astros, pero estos no lo escuchan. Finalmente, por sus propios medios, consigue salir del seno de la virgen y, tras años errando en el mar, alcanza la costa, donde por primera vez consigue contemplar el sol, la luna y la Osa Mayor. 

El héroe siembra los campos de árboles y otras plantas, entre ellos un abedul. En el árbol un águila puede posas su nido, y el bardo se hace amigo de ésta, que le da el fuego para preparar el cultivo de la cebada (canto II). Gracias a sus acciones, Väinö cobra fama, y el héroe Joukahainen lo desafía a un duelo. Enfadado, y a través de sus cantos mágicos, hunde a su rival en un pantano, hasta que éste le promete a su hermana en matrimonio (canto III). La joven Aino sin embargo asiste con tristeza a la promesa del enlace, porque no quiere casarse con un viejo. Aino marcha desconsolada hasta un mar desconocido, en el que se interna y se ahoga (canto IV).

"Väinämöinen toca" (1897), de Pekka Halonen

En los viajes de búsqueda de la doncella, Väinämöinen pesca un pez, que se le escapa de las manos tras revelarle que es Aino transformada. Apesadumbrado, el bardo escucha a su madre, desde su tumba marina, que desde el más allá le recomienda ir en busca de la Hija de Pohjola (canto V). El héroe emprende el camino, pero Joukahainen le persigue para obtener venganza. El celoso hermano de Aino le consigue derribar de su caballo y hacerle caer al mar, creyéndole muerto (canto VI).

Pero Väinämöinen sigue vivo, y su amigo el águila le rescata, y le transporta hasta la tierra del norte, Pohjola, donde la dama Louhi le atiende amablemente. El héroe quiere volver a su tierra. Entonces el ama del Norte le promete darle los medios para volver y a su hija en matrimonio, si fuera capaz de forjar un sampo para sus dominios. Väinö accede, y con un trineo arrastrado por un potro emprende el viaje a Kalevala (canto VII).


La doncella sobre el arco iris

La hermosa núbil de Pohjola,
gloria de la tierra y del mar,
dominaba el timón del aire,
esplendía en el arco iris
con sus vestidos impolutos,
de blancos tules adornada;
tejía un dorado velo,
tejía un velo plateado,
con una lanzadera de oro,
utilizando un huso de plata.

(Kalevala, canto VIII: 1-10. Traducción de Joaquín Fernández y Ursula Ojanen)

En su viaje de regreso a sus tierras, Väinämöinen se encuentra con una bella doncella que teje hilos maravillosos en su rueca, sentada en el mismo arco iris. El bardo se queda asombrado de su belleza, y la invita a descender y montarse en su trineo "para que alegres las ventanas de mi morada de Väinöla, en las tierras de Kalevala".

"Väinämöinen busca a la bella de Pohjola". Ilustración de Nicolai Kochergin (1897-1974)

Pero la doncella le cuenta que ha escuchado cantar a un zorzal en el bosque, al que había preguntado quién era más feliz, la casada o la soltera: "la esposa en casa del marido es como un perro encadenado". El bardo responde ofendido, pues se tiene por héroe. La doncella le propone entonces una serie de pruebas para comprobar su hombría: 


Más por héroe que por hombre 
te tendría si capaz fueras
de cortar un pelo en el aire
con una navaja sin filo,
y hacer un nudo con un huevo
sin que nadie distinga el nudo.

(VIII: 92-99)

Väinämöinen completa el difícil examen, a lo que la muchacha le propone uno aún mayor: partir hielo sin que salte ningún trozo. Pero el héroe lo consigue, replicando con un desafío imposible:

Descendería hasta aquel héroe
que pudiera hacer una barca
con la madera de mi huso
y con pedazos de mi rueca,
y, hecha la barca, la lanzara
a navegar sobre las olas
sin empujarla con la pierna,
sin ayudarse de las manos
ni de los brazos no del hombro.

(VIII: 119-127)

El cantor acepta con presunción la prueba, y en pleno trabajo Hiisi - el Demonio - desvía su gran hacha, y le hiere gravemente la rodilla. A pesar de sus conjuros no para la hemorragia, por lo que se vuelve a montar en su trineo para ir en busca de ayuda. En su viaje tiene que averiguar quién le puede cerrar con hierro la herida, lo que le llevaré a encontrarse con el herrero Ilmarinen, al que finalmente traslada la petición del ama del Norte de la mano de su hija a cambio de la forja del sampo.

Pero esa es ya otra historia...


El simbolismo del relato

La historia del "justo y viejo Väinämöinen" y la Hija de Pohjola se enmarca bien en el esquema de muchas historias mitológicas y folclóricas de las pruebas heroicas, si bien la peculiaridad finlandesa hace aquí al héroe incapaz de cumplir su cometido. Y podemos concluir dos explicaciones de por qué se produce tan triste desenlace: por un lado tenemos el carácter de la propia doncella, quizá un tanto caprichoso, pero que al tiempo reafirma la independencia y voluntad propia de las mujeres finlandesas, al fin y al cabo una antigua sociedad matriarcal. Sería difícil encontrar en otros contextos una afirmación de la dominación de la mujer puede estar destinada a tal fracaso a pesar de los grandes esfuerzos del héroe.

Por otra parte, como sucede en otras muchas historias del Kalevala, el destino de los protagonistas que pretenden ir mucho más allá de sus condiciones, por muy grandes que estas sean, siempre es el fallo o los resultados más funestos. Kullervo trata de forzar a doncellas, y el resultado es la maldición del destino: la doncella a la que ha seducido es su propia hermana. Lemminkäinen es un buen galán, pero cuando sus conquistas son excesivas no le espera sino la persecución de los maridos para lincharlo; o la misma pretensión a la Hija de Pohjola sin el sampo resulta demasiado para el don Juan nórdico. Los personajes que quieren sortear las normas de la comunidad sin que haya otro motivo que sus deseos más primarios y egoístas se ven censurados por el equilibrio natural de las cosas.


"Väinämöinen y la Hija de Pohjola", obra de Joseph Alanen (1885-1920)

De todas formas, una lectura detenida a esta historia dentro del contexto global del Kalevala puede revelarnos fácilmente cómo en realidad parece un episodio bastante ajeno a la trama. En realidad esta doncella es considerada como la hija de Louhi sólo porque el texto la llama así en un momento, y en realidad el pasaje no casa (aunque tampoco desentone especialmente) con el resto de las historias de la bella pero caprichosa doncella del norte. Podemos sospechar que, como sabemos que sucede en más de una ocasión, Lönnrot coge esta historia del folclore y la atribuye a estos personajes para ampliar la trama, pero en realidad no tenía que ver originalmente con ella. La doncella podía ser cualquier criatura divina, fuerza de la naturaleza o un simple ser feérico que custodia el arco iris. Y ni siquiera nuestro Väinämöinen tiene que ser el protagonista: podía ajustarse fácilmente a Lemminkäinen, o incluso a Kullervo u a otro héroe anónimo. Más adelante Väinämöinen conseguirá construir el barco, pero la propia doncella de Pohjola preferirá a Ilmarinen, constructor de un objeto mágico superior, el sampo. El destino de Väinämöinen nunca estuvo en desposar a la Hija de Pohjola.


Sibelius y Väinämöinen

Jean Sibelius compuso un gran número de obras basadas en el Kalevala, pero justamente Väinämöinen fue el protagonista más frecuente de ellas (varios coros, una cantata, un poema sinfónico e incluso el proyecto de una ópera). Y no sólo por el peso del héroe dentro de ella: es fácil entender que la magia expresada a través del canto, el poder del bardo, sea una tentación para un músico. 

Incluso podríamos trazar ciertos paralelos del propio personaje con la propia personalidad del compositor: su carácter pacífico, sosegado, reflexivo o incluso los pesimistas resultados de muchas acciones, que se complementan con los resultados beneficiosos de la magia de su canto para todo su país. Y aunque puede que fuera la comparación más fácil a ojos de un extranjero, no estaría tan desencaminado el apelativo cariñoso con el que su amigo el compositor Granville Bantock se dirigía al propio Sibelius: Väinämöinen.

Sin duda la obra más sobresaliente que escribiera nuestro autor sobre el tema está basada precisamente en el relato del Kalevala que ha centrado las presentes líneas: el poema sinfónico La hija de Pohjola opus 49 (1905-06). A esta partitura, una de las obras maestras de Jean Sibelius, destinaremos la próxima serie de artículos del blog.