miércoles, 22 de marzo de 2017

Quinta sinfonía en Mi bemol Mayor opus 82 (1915-19): (8) Discografía (1)

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Iniciamos con este post una subserie donde comentaremos la discografía de esta obra dentro de nuestro ciclo dedicado a la Quinta sinfonía. La grandiosidad y popularidad de la pieza, como sabemos, ha quedado plasmada en el hecho incontestable de ser una de las obras "mayores" del compositor más grabadas, una partitura a las que los directores sibelianos se han acercado varias veces (hasta cuatro grabaciones de estudio registraron Berglund o Karajan), y que otros directores, al ser parte del repertorio internacional, también nos hayan brindado grandes grabaciones. En nuestro recorrido nos dejaremos por lo menos una veintena de ellas, aunque a cambio nos acercaremos a unas seis decenas de ellas, estimadas en general como las más importantes o características de este título. Como sucede con el resto de discografías, iremos aumentando con el tiempo los comentarios, incluyendo novedades discográficas (todos los años aparece un nuevo disco con esta obra) así como nuevas adquisiciones a nuestra cedeteca.



Orquesta Filarmónica de Viena
Leonard Bernstein
- DEUTSCHE GRAMMOPHON (1987)

Esta interpretación del inacabado segundo ciclo de Bernstein, junto con la Séptima, constituye uno de los pináculos de todo el arte sibeliano (ya hablamos en su día brevemente). Aunque repleta de la personalidad ya otoñal del director americano, grandiosa y hasta excesiva en ocasiones, este registro es sin duda una referencia absoluta de la altura artística a la que es capaz llegar esta sinfonía y la música del propio Sibelius, entre los grandes gracias a interpretaciones como la que escuchamos en la grabación.
Una serenidad penetrante, apolínea, repleta de sensibilidad y grandiosidad al mismo tiempo da comienzo a la obra, con un tempo sosegado en cuanto a la velocidad, pero muy vibrante. El rasgo arrugado del segundo tema se convierte en la explosión de rayos solares del tema ondulante, soberbio como pocos en toda la discografía de la sinfonía. El desarrollo no sepulta las auras a pesar de las sonoridades ampulosas, y los solos se escuchan plenamente en la corriente continua, enormemente vitalista. En la segunda parte el tema cromático tiene cierto aliento mahleriano, pero su nerviosismo y su expresividad se torna plenamente sibeliana, hasta el paroxismo del tema en las cuerdas. Con toda la tragedia alcanzada, la fanfarria de transición se vuelve majestuosa, celestial, cósmica... alcanzando el cielo más emocionante de nuevo de toda la discografía. Desemboca sin prisas en el scherzo, también de una belleza apolínea y absoluta. No obstante, Bernstein no desprecia acentuar sus sombras dramáticas, sus demonios escondidos entre las proclamaciones de felicidad absoluta. Al llegar el trío, con su solo de trompeta y los intercambios posteriores, se aqueja un tanto la lentitud del tempo (también unos de los más lentos de la discografía, como el resto de movimientos). Las criaturas elementales que asomaban anteriormente se revuelven en el colapso final, muy bien sostenido por el director, hasta las poderosísimas fanfarrias finales, frenéticas y excitantes al máximo. 
Con la simple introducción del segundo tiempo podemos intuir que ni va a tener un espíritu clásico ni el de intermezzo que escuchamos en otras interpretaciones (incluyendo su propia grabación en Nueva York, ver más abajo): para Bernstein este movimiento es definitivamente una beatífica y profunda contemplación de lo humano, de la inocencia primigenia ya perdida, de la nostalgia de edades doradas. Con sus timbres refinadísimos, bruñidos al máximo sin toques apastelados, el director de raíces hebreas explora un devenir continuo en la obra, un fluir constante, una corriente en el río del tiempo, capaz de ofrecer mil y un aspectos diferentes sin perder la sensación de constante caudal. Quizá de nuevo un tempo algo más rápido hubiera podido dar más fuerza a algunos pasajes, pero con el pulso en esa medida Bernstein crea la sensación de la visión cósmica, desde arriba, de algo en lo que nos reconocemos sin embargo desde las alturas. Las cuerdas de la orquesta austriaca son especialmente sublimes, y el director sabe crear los diferentes planos en los que contribuyen sin la tendencia romántica a dominarlo todo. También a destacar las inflexiones a menor, en especial la última antes de los compases finales, que está teñida de una melancolía especialmente sentida. 
Con ligereza, vivacidad y sobre todo un vibrante espíritu de expectación y de carrera hacia lo absoluto comienza Bernstein el finale, donde el tema de los cisnes de nuevo va a estar entre los momentos más sublimes de entre todas las grabaciones de la obra. Sus notas en las trompan suenas redondas, únicas, puras, como portadoras de un único elemento... contra ese contratema triunfal y a la vez trágico, lleno de lirismo y recuerdo. Con continuidad pero al tiempo con cierto contraste, la reexposición de las maderas es intencionalmente pálida, dramáticamente contrastante para adquirir progresivamente una agitación y una disgregación más pronunciada. Por ello, cuando llega el gran tema en menor, solemne, trascendente, todo parece adquirir una cualidad inmensa, telúrica, elemental como las trompas de la exposición. Así, el desarrollo de este tema de los cisnes adquiere la superlativa dimensión, con honduras trágicas infinitas, esencialistas, con un toque muy moderno y de un poder indudable. Los acordes finales solo pueden coronar con su rotundidad a la sinfonía como una diosa de la música. Sublime y, por supuesto, imprescindible grabación.

Interpretación: 9,5  • Estilo: 6,5  • Sonido: 7,5




Orquesta Sinfónica de Lahti
Osmo Vänskä
- BIS (1997)

El primer registro de Vänskä (habiendo grabado anteriormente la versión original de la sinfonía) pertenece al momento más brillante de su etapa con la sinfónica de Lahti. Aunque en su primer ciclo el director finlandés parece acercarse con temor a las sinfonías más célebres, en este caso (como en la Séptima, aunque incluso más) logra una lectura perfecta virtualmente de la partitura, con fidelidad absoluta a letra y al espíritu. Solo le falta ese "poco más" en la interpretación en sí para que pudiera considerarse perfecta. Pero dejando la transcendental visión de Bernstein en Viena, esta versión lo es.
La atmósfera inicial de la sinfonía, se tiende entre una majestuosidad lejana, como en un reino de magia, y una serenidad más cercana, más íntima y humana. El tono bruñido de la orquesta permite atravesar la primera zona de sombras sin demasiada inquietud, pero aun así el tema ondulante posterior suena bajo un optimismo apolíneo y de gran esplendor. El desarrollo por supuesto sitúa su centro de gravedad en las auras y atmósferas de la cuerda, mientras los solos y demás grupos instrumentales entran y salen del continuo devenir, como saltos en río. El director finlandés opta por el equilibrio y no dar protagonismo a ningún instrumento o combinación en concreto: es un millón de voces de la naturaleza (o del corazón) las que cantan, pero siempre con nitidez, separadas en su individualidad. En este desarrollo de nuevo el tema ondulante, ahora algo afectado, vuelve a resultar trascendental, fluyendo con absoluta naturalidad hacia el tema cromático, que se disgrega en trazos de magia. El fagot en su lamento es el primer solo real de la interpretación de coral de Vänskä, un lamento solitario de enorme fuerza, de un canto que pretende alzarse sin conseguirlo... toda esa fuerza la recoge el tema en las cuerdas, rotundas, amenazantes y muy trágicas. El director imprime además muchos detalles en la dinámica y el fraseo, dando verdadero tono de voz humana a los arcos. El retorno de tema o transición es virtualmente perfecto, lleno de entusiasmo y de sensación de amanecer o de claro entre nubes... aunque no glorioso, cumple su objetivo hacia un scherzo jubiloso, sin perder de vista los tonos más sombríos... Vänskä hace aquí magia con la Lahti, tanto las maderas como la parte superior de la cuerda tienen un toque tan fino que casi duele por su belleza. La coda, como la transición, roza la perfección sin llegar al gigantismo, aunque en este caso con toques del metal muchos más telúricos y poderosos.
El segundo tiempo es un recorrido emocional, lleno de drama y dinamismo, con momento de gran calma que contrastan con pasajes frenéticos de una gran intensidad. Vänskä es consciente de que este movimiento tenía que ser amplio y muy sentido, y para nada el intermedio lírico que proponen algunos directores. De nuevo los de Lahti resultan geniales, a ratos sublimes (como por ejemplo el oboe antes de la coda, con tu tono cantabile tocado por la melancolía...), pero es la cuerda la que enlaza todo con su perfecto espesor. 
Ni decir tiene que esa sección logra hacer el primer tema del finale a la perfección, con cada nota medida, y el pulso marcado desde el podio con un poder absoluto. El tema de las trompas resuena redondo, incapaz de mostrar ninguna fisura hasta el final. Vänskä adopta un tejido denso con ellas y el contratema, pero separando de nuevo bien los timbres, para lograr un conjunto pleno y absoluto, omniabarcador y majestuoso... que deja sin aliento. El director logra diluirlo con gran naturalidad otra vez cuando el tema se fragmenta finalmente, y la reexposición de los vientos ofrece un sonido nuevo y lleno de vida, sostenido por las sobrenaturales cuerdas de la orquesta. Cuando se llenan de sordinas, la sonoridad se hace casi imperceptible (algo típico en las grabaciones de BIS de la época), pero se escucha suficiente para sentirse como verdaderamente inmateriales y en comunión con la atmósfera. La entonación del contratema se convierte en antológica, quizá la mejor versión del pasaje de toda la discografía... hasta la llegada del tema en menor, profundo y lleno de tristeza nórdica, emparentado como nunca con el clima de las dos últimas y futuras sinfonías por su toque trascendente. El ahogamiento del tema de los cisnes ralentiza el tiempo (¡como bien indica la partitura!), y crece en tensión y en volumen (ídem) para crear el punto álgido y majestuoso que prepara el final. Final que llega con unos acordes finales perfectos. Referencia absoluta, y sin duda la versión más plena de la obra de acuerdo al pensamiento del autor. 

Interpretación: 9  • Estilo: 9  • Sonido: 7,5



Orquesta Sinfónica de San Francisco
Herbert Blomstedt
- DECCA (1989)

Llama la atención como este ciclo completo de Blomstedt no tiene mucho más renombre, teniendo todas sus grabaciones una interpretación formidable, y en especial a este registro a un logro inmejorable, de la que sólo es posible reprochar, por poner algún pero, una dimensión en exceso divina, no lo necesariamente humana, a cambio de una finura y belleza realmente celestial.
La visión con la que comienza el director americano nacido en Suecia la sinfonía es de majestuosidad y serenidad apolínea, amplio sinfonismo y gran brillantez. La pulcritud y la plenitud de las combinaciones instrumentales, aun en su individualidad, crean un grupo de sonoridades mágicas, repletas además de un gran sentimiento y profundidad. ¡Todo en su lugar adecuado! De la gloriosa proclamación del motivo ondulante al inquietante lamento cromático hay una fabulosa transición de colores, hasta llegar al canto del fagot, distante y desesperado, como ahogado en el abismo... Tras su ampulosa amplificación con toda la cuerda, de toque mahleriano, toda la bendición del cielo kalevaliano se descarga en la gloriosa transición, triunfal y liberadora, hasta el scherzo de ritmos delicados y animados al mismo tiempo, con una progresiva aceleración y nerviosismo de ritmos. Blomstedt sabe además cuidar mucho de los rumores y auras informes que acompañan los temas. La coda es afirmativa y decidida, y da el necesario cese a toda la energía.
El movimiento central mantiene el sonido mágico y cristalino del comienzo, con los pizzicati en su justo punto, ni dulces ni secos, contra el legati ágil y nada difuminado que podemos escuchar en otras versiones. A pesar de la serenidad que desprende, la emoción es tal que no deja de tenernos siempre en un puño, y todo gesto delicado adquiere tal intensidad que casi promueve la lágrima. Cada nota, cada pasaje quiere vivir su momento, y nada parece secundario o sin medir. 
Para el finale Blomstedt no quiere un arranque frenético, sino que de nuevo deja oír cada nota y cada color, lo que provoca un contraste con su hipnótico tema de los cisnes, que hace simultáneo con la constancia del ostinato y el lirismo glorioso del contratema, alcanzando en su crecimiento alturas cósmicas. Magia con la que consigue también con unos pocos de transición sonora llegar a la repetición del viento, de nuevo enormemente colorística e intensa sin precipitaciones, hasta la aparición de las chispeantes cuerdas asordinadas y el himno en ostinato. El tema en menor cruza con intensidad el abismo hacia la más honda desesperanza, hasta retorcerse en el "ahogamiento" del tema de los cisnes con un espíritu de absoluta grandiosidad. La intensidad sonora crece al máximo, sin exageración ni teatralidad sino hondo sentimiento, hasta los acordes finales, martilleantes y rotundos. De sobresaliente, imprescindible.

Interpretación: 9  • Estilo: 8 • Sonido: 7,5



Orquesta Filarmónica de Londres
Jukka-Pekka Saraste
LPO (2008, ed. 2011)

Grabación en directo, dentro del sello de las propia filarmónica londinense. El director aporta idioma y un gran impulso dramático muy nórdico, la orquesta se toma muy en serio el sinfonismo de la pieza, que hace propia y lleva a grandes alturas interpretativas. Aún más apreciable por ser una de esas versiones inesperadas, donde el a priori podría augurar algo más convencional, para encontrarnos sin embargo con un registro más que destacable.
El comienzo de la obra establece un clima sereno y lírico, casi idílico, que se prolonga con una mayor vitalidad e intensidad con la llegada del discurso de los vientos, una plenitud que se arruga con las aventuras hacia las profundidades oscuras... el resultado es muy dramático, magnífico interpretativamente. Si el lamento del fagot suena pleno de la elegía oscura de El Cisne de Tuonela, al ser tomado por la cuerda aumenta aún más si cabe su valor. La transición por tanto es muy efectiva, transcurriendo tranquila y suavemente. El scherzo poco a poco se va tiñendo de tensión acumulada, y tiene un aspecto mucho más inquietante, nada ligero, tensión que se resuelve finalmente con la proclamación triunfal de la coda. 
El segundo tiempo se sirve a la perfección de ser una consecuencia de todo lo anterior, dialogando ese anhelo de paz con los dolores pasados, como sombras de tormenta a punto de estallar. Los diálogos de instrumentos y los timbres diáfanos logran una atmósfera de gran belleza sonora. Sobresaliente el pizzicato de las cuerdas y unos oboes especialmente punzantes. 
La dinámica y el fresco que dibuja el tercer tiempo de nuevo encaja perfectamente con la progresión dramática, como un animada proclamación del universo dionisiaco que se revela en todo con la majestuosidad de los cisnes, que dibujan toda una bóveda celeste. La reexposición resulta ejemplar con sus hipnóticos dibujos que van y vienen a través de toda la eternidad, y las sombras del tema de los cisnes nos devuelven a las tinieblas de la Cuarta sinfonía. Los acordes finales resultan firmes sin ser cortantes, verdaderas columnas que sostienen todo el edificio. Excelente versión.

Interpretación: 8,5 • Estilo: 7,5 • Sonido: 7,5



Orquesta Sinfónica de Londres
Robert Kajanus
HMV (1932) - varias ediciones, incluyendo NAXOS (2013) y WARNER CLASSICS (2015)

La primera grabación absoluta de la pieza tuvo la suerte de contar con el campeón de la dirección sibeliana, Robert Kajanus, gracias al patrocinio de la Sociedad Sibelius británica y al propio gobierno finlandés, y la producción del sello Columbia.  
El primer movimiento se impone con una gran energía y empuje constante, bajo el nerviosismo constantes de los ritmos y los contrastes dramáticos, muy intensos. La batuta de Kajanus se muestra firme y poderosa, sin llegar a gesticular pero no carente del todo de cierta teatralidad. El tempo inicial es bastante acelerado, por lo que el comienzo del Allegro moderato pierde algo de su expectación. Sus auras suenan verdaderamente mágicas, y cuando se apoderan del movimiento al final del mismo, el director da una verdadera lección de estilo. La coda es gloriosa, verdaderamente frenética y divina.
El tempo de segundo movimiento también es algo acelerado, pero acertadamente oscilante entre la serenidad y la tensión, y un delicado lirismo en las maderas (que se pierde algo por desgracia en la vieja grabación). 
La carrera con la que debuta el tercer movimiento es espectacular, en cambio el tema de los cisne parece atenuado por cierta regularidad, un poco pomposa y grandilocuente, dejando la expresividad para el extenso final, coronado con esplendor por los secos acordes finales. Referencia absoluta desde luego, aunque no roce la perfección marca una serie de líneas que todo director debería seguir.

Interpretación: 8,5   • Estilo: 9  • Sonido: 3,5 (mono)



Orquesta Sinfónica de Lahti
Okko Kamu
BIS (2014, p.2015)

Kamu vierte aquí todo lo mejor de su batuta. Quizá sólo le falte algo más de ímpetu y hasta de majestuosidad, pero sólo por la belleza y el profundo sentimiento que la recorre, merece su puesto aquí.
Como su grabación de la Cuarta, Kamu inicia el movimiento con gran serenidad y espíritu cristalino, casi místico, aunque aquí la agitación torrencial de todas las auras que sirven de base al tema del lamento adquiere el rango de verdadera explosión de poder olímpico cuando llegan a su culminación. Su versión del lamento adquiere una monotonía y una gravedad auténticamente finesa, preparando el drama cuando toda la cuerda toma sus intervalos. La transición en cambio no cumple las expectativas, en parte quizá porque se percibe poco la aceleración, aunque el excelente pulso rítmico, con todo su nervio, marca la diferencia. Deliciosos diálogos instrumentales en cualquier caso, con una sección de maderas especialmente lúcida. La coda de nuevo gloriosa y jubilosa.
El segundo tiempo continúa con el clima tranquilo y trascendental del primero, lo que le convierte en uno de los más hermosos de la discografía, con un ánimo de expresividad hacia lo maravilloso y un refinamiento instrumental sin parangón, que deja brillar a cada una de las combinaciones y planos sonoros de la orquesta sibeliana. En realidad poco se puede glosar sobre una interpretación quasi perfecta.
El final se inicia con una carrera frenética sin atropellos, dejando oír todas las notas, pudiendo captar así la bella melodía que se dibuja casi inadvertidamente en el rápido fluir instrumental. El tema de los cisnes adquiere un aspecto majestuoso, con el que Kamu trata de resaltar de nuevo todos los planos, por lo que la melodía flotante adquiere un insospechado protagonismo. En la versión de los vientos del tema inicial el director finlandés logra con enorme acierto (no siempre se hace) el necesario contraste de color respecto al comienzo. Se logra así también un sensacional cambio de atmósfera cuando vuelve a la cuerda, y la excelente toma de sonido nos permite escuchar todos los matices con gran precisión. La melancolía inunda el nuevo tema de los cisnes, y poco a poco el sentimiento se arruga y roza la tragedia con su desarrollo, hacia zonas casi inexploradas incluso en el primer tiempo. Los últimos pasajes parecen algo apagados por el drama anterior, y los acordes finales no consiguen redondear de todo este por lo general magnífico, pero quizá más personal interpretación. En cualquier caso deber ser una referencia, una de las grandes.

Interpretación: 8,5  • Estilo: 8  • Sonido: 9,5 (SACD)



Orquesta Sinfónica de Londres
Anthony Collins
- DECCA (1955)

Si en general es este ciclo del maestro británico es toda un ineludible clásico sibeliano, su Quinta constituye una de las mejores grabaciones internacionales, vibrante pero sin excesos, llena de estilo, y a la vez universal y muy expresiva. 
El músico británico inicia la partitura con un calma tensa, en espera, que se llena de pasión con las primeras sombras y las primeras exaltaciones, creando un clima de gran contraste al comienzo del desarrollo, como un rayo de luz en medio de las nubes. Sin embargo Collins impone una visión en general oscura y dramática, de enorme fuerza. Precisamente el gran momento abisal de la pieza, el lamento central, es el centro neurálgico de su primer movimiento, con unas figuras retorcidas en los arcos, creando un clima de pesadilla sobre el canto rapsódico y sonámbulo del fagot, que se traduce en el dominio de la oscuridad al pasar a la cuerda, con una estilización máxima. El clímax se consigue pues con gran eficacia, y la transición se convierte en ejemplar por su colorismo, su adelgazamiento perfecto de las texturas y el relieve que pone a todas las figuras del acompañamiento sobre el tema del scherzo, a ritmo de felicísimo vals. Las cuerdas durante la disposición del mini-tempo resultan sublimes, y la superposición de timbres casi exquisita. La coda deviene en verdadero triunfo.
La sensación optimista con la que finaliza el primer tiempo permanece en el animado movimiento central, con un tono sano y de plenitud, y con dinámicas muy refinadas y muy expresivas en el detalle. Los timbres también se cuidan mucho, con excelentes pizzicati y stacatti de las flautas, y unos oboes siempre dulces y delicados, sin llegar nunca a perder el toque amable antes que romántico. Las distintas variaciones fluyen con naturalidad unas en las otras sin necesidad de trabajar demasiado los juegos de contrastes, pero no se desaprovechan los momentos más oscuros, como en el primer tiempo. 
Collins demuestra con el tema de arranque del final su perfecto conocimiento del estilo del compositor, resaltando cada nota de las rapidísimas figuras de la cuerda, apuntaladas por los matices aquí y allá de los demás instrumentos. Con toda naturalidad de nuevo llega el tema de los cisnes, que con el director británico se presta en seguida a la grandeza llena de una nobleza sin par. La repetición desarrollo adquiere un clima mágico, feérico incluso, como los toques del contratema en las maderas, derivando a un pasaje en menor especialmente impetuoso (algo rápido) y avasallador. El pasaje modulatorio crea un clima extraño, para terminar en unos acordes finales contundentes pero sin excesos. Muy buena versión.

Interpretación: 8,5  • Estilo: 8  • Sonido: 4,5 (mono)




Orquesta Filarmonía (de Londres)
Vladimir Ashkenazy
- DECCA (1980)

Una gran lectura de Ashkenazy la que se presenta aquí. El director, un gran entusiasta de Sibelius que, sin embargo, ha realizado irregulares contribuciones a la discografía (que van de lo sublime a lo más convencional), aquí se presta a uno de las mejores Quintas del presente recorrido. Parece entender la sinfonía a la perfección, tanto en su sentido dramático y emotivo, como formal e instrumental, y ofrece siempre un maravilloso fresco.
El primer movimiento debuta con lirismo y un sentimiento de gran placidez, con timbres bien bruñidos y colores muy vivos, pero al llegar el tema cromático nos muestra también la capacidad dramática del director de origen ruso, capaz de pasar en pocos instantes a la más absoluta plenitud y felicidad. La intensidad es máxima con los cromatismos del fagot y su canto existencialista y náufrago, y la tragedia de las cuerdas. Con gran expectación y grandiosidad llega la magnífica transición, que se resuelve de nuevo con una felicidad gloriosa y olímpica. El scherzo desvela también su lado dionisíaco más perverso, retorciéndose y plegándose y su propia nerviosa oscuridad (aunque las cuerdas suenen un poco solapadas entre sí), para desembocar en unos frenéticos compases finales.
El movimiento lento se dibuja con una mezcla de delicadeza tímida y lirismo sereno y condescendiente, sin demasiada agitación, y aún una más maravillosa emoción (aquí existen algunos desajustes, incomprensiblemente, en la grabación). Ashkenazy sabe manejar a la perfección la instrumentación sibeliana separando los planes sonoros siempre, lo que logra un sensacional colorido y además sabe recrear su rol dramático, no puramente estético. Atentos a las sonoridades del pizzicato, siempre bien delineadas, aunque algunos stacatti en general de las maderas pueden resultar algo excesivos. Una elegantísima coda da cierre al movimiento.
El Allego molto final arranca con frenesí y enorme vitalidad, cuidando siempre de no perder la menor nota entre la lluvia de sonoridades, y siempre haciendo vibrar las emociones. El himno de los cisnes suena majestuoso y todopoderoso, pleno de una fuerza que además no deja de crecer. Sin embargo, el contratema de las maderas quizá debía tener algo más de legati. La vuelta al tema inicial se hace de nuevo trasluciendo todos los rumores de fondo, con lo que se consigue que su entonación por las cuerdas asordinadas sin esas auras perdidas resulte especialmente mágicas. La elegía antes del final resulta grandiosa, enormemente sentida (quizá un poco en exceso sentimental). La sensación de redención se deja a la vuelta del carrillón en los metales, donde la grandiosidad es total, dejando casi sin aliento al oyente. Los acordes finales resultan además perfectos. Formidable, aun sin llegar a ser perfecta, una grabación altamente recomendable.

Interpretación: 8,5   • Estilo: 7,5  • Sonido: 7



Orquesta Filarmónica de Helsinki
Leif Segerstam
- ONDINE (2003)

La segunda integral de Segerstam, grabada con la orquesta que en su día fundara Kajanus, que sus componentes de seguro podrían interpretar esta sinfonía casi de memoria. Hay gran conocimiento y amor por la partitura en todos, y el director finlandés aporta un tono dorado y brillante, muy lírico y feliz.
La obra se inicia con bellas sonoridades del viento, plenas de una sensación plácida pero en la que se adivina cierta tensión, una lágrima a punto de caer, que se desborda en el tema cromático, bien subrayado por el timbal y los rasgados bajos de la orquesta. Esta se exalta con el tema ondulante, glorioso, y no pierde ímpetu con el comienzo del desarrollo, que deja vibrar con gran fuerza y trazo poderoso sus auras. El espíritu continúa sin diluirse durante el lamento central, aquí transformado en una sombra inquietante al errabundo canto del fagot. Al recoger el tema de la cuerda parece afectado, doliente antes que en exceso trágico. Con serenidad y elegancia el director finlandés establece el nuevo tempo en la transición, y el scherzo arranca tranquilo y feliz, con un tono de inocencia incluso, que solo muestra su lado más siniestro en el tema cromático, de nuevo más nostálgico que trágico. La coda es jubilosa antes que triunfal, lo que no desentona con el sentimiento de sana plenitud general.
Con el carácter muy lírico y dorado que se ha dado al primer tiempo, era lógico que el segundo lo fuera aún más, con un tempo en inicio muy correcto que permite resaltar tanto el fino melodismo del tema como su carácter grazioso y amable. También con el primer movimiento Segerstam consigue hilvanar el continuum musical con fluidez y al tiempo explotando las atmósferas distintivas de cada variación.
El finale no arranca con la agilidad mercurial de la partitura, pero sintoniza bien con la visión general de este registro, y el tema de los cisnes así suena aún más solemne y brillante, con toques de extravagancia que llenan de autenticidad la interpretación. El desarrollo también contempla algo pesadas las cuerdas, pero las da mayor fuerza y de nuevo cierto tono rasgado y pasional. El tema en menor es la infinita nostalgia, sin aristas ni exageraciones, lleno de belleza y tristeza nórdica. El ahogamiento del tema peca de lentitud y de falta de empuje, haciendo de este movimiento definitivamente el más flojo del conjunto, aunque la rotundidad y la nobleza imperan para dar un final absoluto y glorioso. Más que recomendable, y una de las joyas de la integral de Segerstam.

Interpretación: 8,5  • Estilo: 7  • Sonido: 8




Orquesta Sinfónica de Islandia
Petri Sakari
- NAXOS (1998)

La saga islandesa del director finlandés impone aquí uno de sus mejores e inesperados logros, un David que con su honda de devoción a la obra consigue derribar a algunos de los "gigantes" con los que compite, y a los que consigue sobrepasar con una lección de estilo y de conocimiento profundo de los significados, objetivos y subjetivos, de la Quinta sinfonía. Sólo el no disponer de la mejor orquesta posible (aunque los islandeses demuestran ser músicos de primer nivel, sufren de algunas pequeñas dificultades a veces) nos hace olvidar la excelencia... Aunque quién sabe si precisamente ahí estaba el reto y la alegría, que sólo desde la modestia permite a la música fluir con mayor libertad.
Un espíritu de beatitud recorre los primeros compases de los vientos, beatitud que se tiñe de melancolía y de profunda tristeza después. Sakari realiza un trabajo excelente con la cuidada instrumentación y una sensación siempre de gran emoción y reverencia de los músicos por lo que están interpretado, como se refleja en la aclamación del motivo ondulante, que llega a ser exultante y lleno de magia. Como suele ser habitual en el director, es en los pasajes de auras del desarrollo en los que se disuelven los motivos principales en los que Sakari brilla especialmente, con un trabajo muy atento y de estilo limpísimo. Por ello los compases que anteceden al lamento del fagot llegan a ser inesperadamente espectaculares, y el solo de aquel instrumento tiene un efecto verdaderamente mágico. La tensión acumulada se libera en la torrencial transición, un éxtasis absoluto del que sólo caben desaprovechar algunos desajustes instrumentales, que compensan la falla técnica con pasión. Pronto las sensaciones panteísticas, del devenir de la vida, vuelve a llenarlo todo, y sobre el vital scherzo suenas dorados los acordes de las trompas, creando una aureola llena de esplendor sobre la música. La oscuridad que le sigue también participa con su sombra apolínea, y la progresiva disgregación atómica cobra todo el sentido en la dirección muy sibeliana de Sakari, creando una tensión que de nuevo se libera adecuadamente en la rotunda coda final (también con algunos problemillas de entonación en el metal), que deja una sensación majestuosa.
La beatitud de nuevo marca el espíritu inicial del segundo movimiento, un canto amoroso y lleno de sensibilidad, con detalles muy cuidados y timbres perfectamente pulidos y ensamblados sin perderse unos con otros. A destacar también el buen sentido del ritmo, con vibrantes pizzicati en los bajos, y compases inquietos, de juvenil ardor. Ejemplar el paso de la variación del oboe, chispeante y amable, a las inflexiones en menor hasta el delicado final.
El final comienza con una carrera tempestuosa y jubilosa, con un colorido torrente de notas que se transforma de nuevo en oro con la llegada de las trompas y el bruñido "tema de los cisnes", que Sakari sabe acentuar con perfección (atentos también a los cuidados gestos de la cuerda grave), y un contratema que cobra su papel hímnico. La repetición en los vientos aporta cierto tono de nostalgia, preparando el terreno a toda la magia de los pasajes posteriores, hasta que el "tema de los cisnes" llega con las cuerdas asordinadas a una nostalgia aún mayor. La melancolía nórdica prepara con naturalidad el tema en menor, nunca trágico pero muy sentido. La descomposición del carrillón tiene un toque atmosférico, y una atmósfera que crece como si estuviera en el fondo de la música, nunca visible... realmente magnífico. Los acordes finales, secos y directos, no dejan lugar a la duda. Magnífica interpretación, llena de vitalidad y magia, y además una joya "low cost". Muy recomendable.

Interpretación: 8,5  • Estilo: 8,5  • Sonido: 6,5




Orquesta Sinfónica de Boston
Serge Koussevitzky
VICTOR - RED SEAL (1936) - varias reed., incluyendo NAXOS Historical (2001)

El segundo registro absoluto de la obra apenas se realizó 4 años después de la de Kajanus, y da cuenta tanto del entusiasmo americano y del director que pudo haber estrenado la Octava. Un punto álgido de la fama sibeliana en los 30, que encontraba en esta sinfonía una de sus máximas expresiones. Absoluto "fan" de la música del maestro finlandés, Koussevitzky pone en esta grabación todo su arte y amor por la partitura, aun cuando - como escucharemos - se toma libertades que Sibelius probablemente no compartía, pero que eran "perdonadas" ante la acogida que tuvieron sus grabaciones: “todo era tan lleno de vida y natural que no puedo agradecértelo lo suficiente”, afirmó el propio compositor de sus interpretaciones.

La sinfonía debuta con un clima expectante, tenso incluso, arrugado con el tema en menor y que se convierte en absoluta proclamación con el tema ondulante, convirtiendo el diálogo de los vientos con el motivo de la fanfarria en el auténtico centro expositivo, sobre todo por su carácter luminoso y emotivo. Cuando las auras se adueñan del movimiento todo parece aproximarse a un apocalipsis, enlazando a la perfección con el mundo de la Cuarta. El lamento del fagot se diluye en ese torrente como salido de Tuonela, poniendo el director de origen ruso toda la fuerza, como corresponde, en su respuesta en las cuerdas, dominadoras y poderosas en su angustia. La transición se esboza con relativa calma, dando paso a un scherzo ligero, feérico y mendelssohniano en principio, que se torna siniestro y nervioso con un ligero acelerar y una progresiva presencia de ritmos y auras que acechan en la sombra, hasta la coda desenfada y feliz.
A pesar de la calidad del sonido podemos vislumbrar un excelente perfilado de los contornos tímbricos al comenzar el segundo tiempo, donde pizzicati y flautas brillan con la luz de un atardecer, plácido y agradecido. Koussevitzky elige un tempo correcto y cómodo, y se centra en dar relieve a las emociones contrastantes entre las variaciones, animadas bajo un ritmo intenso y arrebatador, que nunca se pierde y da gran intensidad a los pasajes en menor.
Al dionisíaco primer tema del finale le responde un glorioso "himno de los cisnes", campanas de catedral celeste dispuestas a abrir el cielo al mundo... en un pasaje quizá un poco excesivo pero, ¡caramba, qué esplendor! Koussevitzky no deja que se baje la guardia como se esperaría a continuación, y refuerza las sonoridades de fondo para continuar con el clima apoteósico anterior, como un descanso en un larguísimo suspiro... hasta el pasaje de las sordinas suena repleto de pequeñas luces y pasiones. Pero por supuesto, el centro de gravedad del melancólico director debía estar en el pasaje en menor, también algo masivo, pero muy poderoso e intenso, que deriva en un apocalíptico pasaje modulatorio, dispuesto a crear el clímax terrible antes del triunfo final. Triunfo que se corona con esos conocidos acordes finales, donde Koussevitzky recorta los silencios indicados en la partitura para dar una rotundidad absoluta. Un clásico sin discusión.

Interpretación: 8,5  • Estilo: 7 • Sonido: 3,5 (mono)




Filarmónica de la BBC
John Storgårds
- CHANDOS (2013)

Storgårds consiguió en su grabación de Chandos una integral muy destacada, que se vino a sumar a la lista de las más recomendables. Y en esta sinfonía realiza una interpretación de gran altura, llena de grandiosidad, luminosidad y un espíritu de gran nobleza y fina belleza, quizá sólo a veces un tanto helénica y alejada más que tierna, pero muy profunda en cualquier caso.
El director finlandés arranca su interpretación con una límpida lectura de los vientos y un clima apacible, casi de ensoñación, que se vuelve misterio en el tema cromático, y exaltación serena y esplendorosa con la llegada del tema ondulante y el subsiguiente desarrollo, salpicado por los excelentes solos de la orquesta. Storgårds maneja muy bien las dinámicas, desde el camerismo del comienzo del movimiento hasta las sonoridades más amplias y sinfónicas del clímax de la primera parte del desarrollo, que fluye con gran fuerza hacia la red siniestra de la cuerda y el lamento del fagot, muy tenebroso. La transición es grandiosa y llena de poder, y transita con serenidad hacia el scherzo, amable y lleno de felicidad, y las sombras de la segunda parte no logran abatir el sentimiento general hasta que la descomposición temática llega a crear contornos sobrenaturales. La coda culmina el movimiento sin excesivo frenesí.
Con gran delicadeza comienza el segundo tiempo, que opta por un carácter lírico y de nuevo amable. Los staccati de las flautas así resultan deliciosos, como pequeñas hadas revoleteando en un prado iluminado del atardecer. Los pasajes más vibrantes y los perfiles instrumentales más originales son especialmente ensalzados, sin recrearse nunca en sus oscuridades, sino más en las emociones más positivas. 
El comienzo del finale es de nota por su fidelidad a la pretensión del autor, con todas las notas en su sitio, un ritmo cuidado y nunca excesivo y las distintas sonoridades sin superposiciones y solapamientos (se pueden oír muy bien las maderas, cosa que no siempre sucede). Las trompas, perfectas, dan soporte al gran tema de los cisnes, que causa el mismo efecto de plenitud de la transición del primer tiempo, y que nos deja a veces sin palabras por su altura trascendental. La repetición del primer tema en los vientos corresponde de nuevo muy bien al comienzo, aunque al principio quizá le falte algo más de "sal y pimienta" en la cuestión rítmica. El gran tema en menor aborda un inédito lirismo, y de nuevo Storgårds no pretende tragedia, y se reserva en la melancolía al efecto de retorno del tema de los cisnes, quedando su ahogamiento en un terreno secundario. Así, el director finlandés crea el efecto contrario a lo esperable en la partitura, pero no obstante funciona. Todo culmina con la explosión y contundencia de los acordes finales, nunca exagerados. Excelente versión.

Interpretación: 8,5  • Estilo: 8  • Sonido: 9




Orquesta Sinfónica de la Radio Finlandesa
Jukka-Pekka Saraste
RCA (1987, reed. 2013) 

Esta grabación pertenece a su primerizo ciclo completo con la misma orquesta (a la que se acababa de incorporar como titular), del que sólo se han reeditado por el momento la presente sinfonía, la Sexta y Tapiola, aunque esperamos que llegue a serlo al completo, dado que estamos ante una serie más que interesante, por lo que intuimos en este registro que rezuma el buen color patrio y una interpretación sentida y de hondo calado, incidiendo en las posibilidades más dramáticas de la obra.
Saraste inicia la obra con un sentimiento plácido, de calma antes de la tormenta, pero pronto los rumores llevan a un drama muy intenso y poderoso, lo que nos deja adivinar una versión de grandes contrastes, mostrándose con gran limpieza de timbres y finas y bellas líneas instrumentales en el desarrollo, en el que se manejan con gran magia las auras y las sonoridades más características sibelianas. El solo de fagot se alza con una majestuosidad oscura sobre todo el tupido trasfondo de cuerda, que toma su revancha de forma poderosa a continuación. El drama alcanza su punto álgido entonces, dando lugar a una transición redentora llena de bendiciones y felicidad, que desemboca en un scherzo de desbordante alegría dionisíaca, repleta de oscuridades y de matices de pesimismo nórdico. En la descomposición se obtiene un aspecto muy moderno de la música, casi minimalista, desembocando con el adecuado drama en el final triunfal, algo mejorable sin embargo.
La sensación de belleza límpida e idílica domina el segundo tiempo, que en lo rítmico (un tempo algo lento, pero nunca demasiado) sabe conjugar cierta contención con la suficiente animación, dejando en las sonoridades bruñidas y doradas todo el colorido de la partitura. Quizá la sección de las cuerdas resulte algo más débil en general en toda la sinfonía, pero al ser esta una partitura en la que pesan tanto los vientos no llega a ser un detalle decisivo. Las variaciones más animadas muestran un pulso nervioso, de arrebatadoras dinámicas, frente a la delicada dulzura del final.
El final nos lleva al Sibelius más frenético, aunque el sonido quizá sea más masivo de lo necesario, mientras que el tema de los cisnes llega con un gran peso en los graves, lo que le transforma ciertamente en un poderoso martillo celestial, que esculpe con su fuerza telúrica montañas y valles. El contratema permanece muy discreto en cambio. La repetición de los temas se hace de forma mucho más lograda, dando cuenta el director finlandés de un agudo sentido por la "magia" y la orquestación más original y moderna del compositor. El pasaje en modo menor se repleta con un tono depresivo y abrumador, sin llegar a ser absolutamente fatalista, pero sí rodeando el carácter dramático de la interpretación, que terminan con un pasaje de altura celeste, y un sentido grandioso y absoluto. ¡Buena versión!

Interpretación: 8  • Estilo: 8,5  • Sonido: 7




Orquesta Sinfónica de Boston
Colin Davis
- DECCA (1975) [alguna edición en Philips]

Gran grabación la del artista británico, consumado sibeliano que aquí da una lección de toda la grandeza de la que es capaz esta obra, de una belleza desbordante. La orquesta es además una de los conjuntos internacionales que desde más años llevaba tocando esta obra (ver más arriba el disco de Koussevitzky), por lo que no debe sorprendernos su total entrega a ella.
El arranque de Davis del primer movimiento es una declaración de elevación y espíritu trascendente, con su tempo lento y solemne, que se recrea en los distintos planos orquestales. Así, el tema cromático suena desolador pero no trágico, y reserva todo el fuego dramático para el tema ondulante, pasional y enérgico. Este último traslada su movimiento al desarrollo, que acierta considerablemente dando el peso correspondiente a sus auras, sobre las que se deslizan vitalmente los distintos temas, hasta que de nuevo el tema ondulante cobra el protagonismo de toda la emocionalidad. El director británico trata además muy bien las combinaciones instrumentales, siempre destacadas por parte de la magnífica orquesta americana. Las auras, ahora inquietantes y tenebrosas, vuelven a envolver el devenir musical, sosteniendo un lamento del fagot especialmente atmosférico y espectral. El tema cromático se retuerce también de manera casi sobrenatural, aunque aquí Davis quizá gesticule un tanto. La reexposición comienza con una masiva fanfarria de los metales, aún más solemnes que al comienzo, logrando un notable paso a la ligereza danzable del scherzo, del que se acentúan muchos de sus claroscuros de nuevo con atracción por las sonoridades más tenebrosas que esconden. Especialmente sobresaliente es la descomposición temática final, que con sus toque apianados y sus tensiones subterráneas cobran todo su sentido, disueltas en la de nuevo mayestática coda.
La solemnidad del primer tiempo se vuelve en el segundo lirismo contenido, con su toque clásico y atento a lo más delicado, con cierto sabor beethoveniano incluso. Davis se esfuerza en ser contenido y no caer lo excesivo, dando al movimiento la necesaria sencillez y equilibrio, sin buscar "escenas" en las distintas variaciones (el británico, incansable director de ópera, siempre supo diferenciar muy bien las obras orquestales de las de teatro). Gran sensibilidad la que concluye este movimiento central.
Para el tercero el director inglés impone una fuerte disciplina y fuerza, aunque algo de mayor separación de líneas no habría ido mal... El segundo tema, algo más rápido de lo habitual, prosigue la misma energía, y es firme y muy telúrico, un poderoso martillo nórdico. El impulso inicial se vuelve extraordinariamente enérgico en la reexposición, que sabe hacer brillar a las cuerdas, y crear un incesante palpitar en el "tema de los cisnes". La fluidez hacia el gran tema en menor es memorable, aunque este último padece de cierta urgencia. El ahogamiento del "tema de los cisnes" es también muy intenso, lleno de oscuridades tardías, que se resuelven adecuadamente en los acordes finales, por supuesto rotundos y majestuosos. Grandísima versión.

Interpretación: 8  • Estilo: 7  • Sonido: 7,5




Orquesta Filarmónica de Berlín
Herbert von Karajan
DEUTSCHE GRAMMOPHON (1965) - varias reed.

La tercera de las grabaciones de las varias que hizo el maestro de Salzburgo es sin duda la más brillante, en su justo punto entre la juventud de las primeras y el manierismo de la última. Esta muestra su gran compromiso por el autor pero con su propio concepto sonoro, no obstante no demasiado ajeno al colorido de la obra. Su enfoque es el del gran sinfonismo (por supuesto), y extrae de la partitura una monumental lectura, grandiosa e impactante, sin faltar nunca la lucha entre lo luminoso y los rincones más oscuros, aunque todo a través de cierto tamiz aterciopelado. Quizá lo más interesante de la grabación sea la calidad excepcional de director y de orquesta, cuya unión resulta de por sí garantía de estar ante un registro magnífico... aunque no sea del todo sibeliano. 
El comienzo escoge un camino recogido, de cierta grandiosidad y espíritu mítico desde el principio, que se convierte en exaltado con las primeras proclamas de cuerda y metal. Los clímax alcanzan un espíritu bruckeriano, pero llenos de un ánimo mucho más positivo, aunque en el pasaje cromático todo se retuerce en un drama cósmico, con un canto del fagot especialmente cantabile bajo este Karajan. La transición es de nuevo grandiosa, grandilocuente incluso, efectiva pero sin aprovechar todo su potencial hacia un scherzo más amable que frenético. 
El movimiento lento es un verdadero festival de sensaciones y de colorido, con bellísimos juegos de staccati contra ligados, y un pulso firme pero al tiempo arrebatador. Karajan además quiere hacer contar a la música una historia, y exige una fluidez dramática entre cada mínimo cambio de dinámica o de atmósfera. Aunque no permite demasiadas individualidades (con los timbres poco separados), hay pocos instrumentistas que no destaquen en este registro. A destacar también las sonoridades de los pizzicati, que resultan suaves y resonantes, pequeños golpes de corazón, muy románticos siempre... como las cuerdas del final, de legati extremados. 
El pulso del final es moderado, pero adecuado, no tanto como la poca separación entre notas y timbres, que logra un efecto demasiado tumultuoso (¿pretendido?). Karajan atiende al himno de los cisnes como el centro espiritual de la sinfonía, dando a su carrillón una fuerza impactante, frente al hímnico contratema, que de nuevo nos eleva a dimensiones colosales. La repetición del primer tema resulta un poco confusa, aunque de nuevo sospechamos que Karajan quería crear drama con ello, mientras que el pasaje en mi bemol menor se tiñe de melancolía y nostalgia pesimista. La versión oscura del tema de los cisnes resulta desgarradora, mostrando un nivel de tragedia insospechado, casi mahleriano y sin duda soberbio. El final es mayestático, y los acordes finales no dejan nada duda con su martilleante pero dorado sonido. Karajan es un rey del estéreo, y esta sinfonía lo demuestra. Con sus excesos de personalismos, pero muy recomendable.

Interpretación: 8  • Estilo: 6,5  • Sonido: 6,5




Orquesta de Cámara de Europa
Paavo Berglund
- FINLANDIA / WARNER MUSIC (1996)

En la cuarta y última grabación en estudio del gran director finlandés (que nos legó alguna grabación más en vivo) podemos escuchar su apuesta más camerística y clásica, lo que hace brillar algunos pasajes de la partitura, no tanto otros. Desde los primeros y sobrios compases se nota el fino planteamiento, dejando apreciar las individualidades de los vientos, que no se ven sobrepasadas con la llegada de las tremolantes cuerdas y su retorcido tema cromático, hasta alcanzar una exultante profecía del motivo del Finale. Metal y madera dialogan con simpatía y alegría, hasta que un siniestro y deambulante fagot trae una agitación insospechada hasta ahora, una tragedia profunda que las cuerdas recogen con gran fuerza y su sonoridad contenida. La transición llega con su poder liberador a la vez que con ritmo ligero y de alegría popular. El scherzo aparece algo pálido, pero espera hasta la vuelta de los compases más inquietantes para ofrecernos toda la hondura y el ascetismo berglundianos. La coda es intensa también, pero aquí sí que se echa de menos una orquesta más poderosa y numerosa, en el movimiento más débil de la interpretación.
El segundo tiempo se muestra traslúcido, transparente, etéreo... con la llegada de la cuerda Berglund imprime pulso y contraste, llegando a unos hallazgos sonoros realmente sorprendentes, acompañados de ciertas desnudeces quizá no deseadas. En total el movimiento parece una odisea por multitud de escenarios y atmósferas a las que se llega con total fluidez. 
El finale comienza con un impulso torrencial bajo el frenesí de la cuerda y el caleidoscópico color de los apuntes de las maderas y cobres, muy perceptibles. Brillan también con intensidad en el tema del carrillón, bajo un poder pero con gran y sobria nobleza. La delicadeza de la orquesta se deja notar en los juegos de cuerda centrales, antes de dejar paso al tema "de la alegría" que resuena callado y melancólico, dando paso al extenso pasaje en menor que hace regresar a las sombras más funestas de la Cuarta sinfonía, dejando a los metales las mayores sombras. Los acordes finales resultan precisos, con timbres finalmente masivos y martilleantes. Muy buena versión, con las "extrañezas" que la salpimientan.

Interpretación: 8  • Estilo: 8  • Sonido: 7,5




Orquesta Filarmónica de Nueva York
Leonard Bernstein
- SONY (1961)

El maestro norteamericano nos brindó dos excelentes registros de esta sinfonía, el primero en con su orquesta neoyorquina en los sesenta, y la segunda dentro de su incompleto ciclo al final de su vida en Viena, como hemos visto antes. Esta es un versión más desigual y bastante más pálida, pero ya deja entrever el potencial que veía Bernstein en esta obra, ofreciendo una versión monumental y de gran fuerza dramática, no sin personalismos, al igual que la de cuarto de siglo después.
La serenidad inicial pronto desvela una gran agitación interior, que se muestra como extraordinariamente tensa y dramática en el segundo tema, resuelto con grandiosidad en el tema espejo al tema del finale. La tensión es casi agónica bajo el lamento del fagot, transformado en un apocalíptico segundo tema con toda la cuerda, de una gravedad mahleriana, desembocando con enorme energía en la transición, triunfal y solemne, hasta un scherzo jubiloso pero firme (las dos partes del movimiento están indicadas con pistas distintas en el disco, cosa que también sucede en la grabación con la orquesta vienesa). La música se pliega pronto a la tragedia, de la que de nuevo Bernstein saca todo el partido, con figuras retorcidas y burlonas, casi grotescas. Pero la triunfal coda despeja la oscuridad y asusta a todos los espectros con la jovial luz del día. 
El segundo movimiento contiene cierto espíritu de danza lenta, con sus stacatti de flautas (y pizzicati) bien destacados y sus balanceantes ritmos, revelando incluso ensoñaciones de perdidos valses o minuetos, y un clima de amabilidad apenas ensombrecida por ciertos galanteos y curiosas oscuridades (atentos a algunos toques del metal). Innegable la capacidad plástica del movimiento, aunque el director americano aquí "interprete" en exceso el carácter del mismo (todo lo contrario que en su visión de cuarto de siglo después). 
El tercero se inaugura con festival de aéreas figuras de la orquesta, pero todo el fuego en realidad se reserva para el tema de los cisnes, que eleva por unos momentos la interpretación a la altura de lo sublime, con una emoción infinita, plena de ascensión mística a las excelsas alturas. Un momento magnífico (que solo el propio Bernstein será capaz de superar). El espíritu más ligero y más apegado a la tierra vuelve con el tema inicial, pero de nuevo, con las cuerdas asordinadas, la mística se impone, dando lugar a momentos de gran profundidad. El pasaje en menor vuelve a sumergirnos en abismos mahlerianos, en los que se plasma un enorme pesimismo, ante de la redención con claroscuros del himno. Las sombras ceden finalmente a las luces, contorneadas con unos impresionantes metales que hacen sonar otra vez a la música a su nivel más glorioso. Los acordes finales resultan demasiado breves y poco definidos por desgracia. Pero en suma, un gran grabación.

Interpretación: 8  • Estilo: 6,5  • Sonido: 6,5


Orquesta Sinfónica Nacional Danesa
Leif Segerstam
- CHANDOS (1991) - reed. BRILLIANT (2008)

Leif Segerstam es un director sibeliano un tanto irregular, capaz de algunos de los mejores registros sibelianos como de algunas grabaciones que caen por el peso de sus manierismos y un exceso de tonos pastel. Sin embargo, y no sin cierta sorpresa, aquí nos deja una lectura excelente (quizá sea cosa del enamoramiento por esta partitura), aun cuando forma parte de un ciclo en general menor respecto a su segunda integral con la Filarmónica de Helsinki. La orquesta danesa, por lo general menos virtuosa y más fría, hace aquí un trabajo notable.
El tempo inicial impone su gran colorido y todo su aliento vital con una mezcla muy romántica de toques serenos y apasionados, remarcados por la limpieza de los timbres y un tono siempre muy poderoso, majestuoso incluso. El solo de fagot fluye diluido en las auras que lo rodean fantasmalmente, y que triunfan en el pasaje del tema en las cuerdas, con un silencio muy expresivo. Se da paso entonces a una transición bien llevada, aunque algunos metales de la orquesta parecieran algo agotados. No obstante el director finlandés impone su versión en el scherzo, fantasiosa y repleta de color, que se arruga de nuevo por los viejos fantasmas antes de la coda, en un pasaje excelentemente resaltado, que resulta sepultado por la victoriosa coda.
El movimiento lento debuta con un sentido de paz y belleza, profundo, que se va afianzando en cada variación, bien contrastada sin perder nunca un sensacional impulso rítmico y una emoción contenida pero siempre intensa. 
Todo el sentimiento se desborda en el movimiento final, desde el impulso inicial lleno de fantasía, hasta el cósmico motivo de los cisnes, con texturas plenas y bien equilibradas, que llega a ser nuevamente mágico en su repetición con las texturas de la cuerda. La música crece en el drama hasta términos absolutos, quizá algo excesivos pero sin duda repletos de una intensidad que nos puede arrebatar completamente. Sobresaliente e inesperada lectura.

Interpretación: 8 • Estilo: 7 • Sonido: 7



Orquesta Sinfónica de Bournemouth
Paavo Berglund
- EMI (1973)

La dirección oscura y poderosa del mítico director sibeliano quizá no sea la mejor opción estética para esta obra, pero no obstante el saber de Berglund consigue un fresco de considerable altura, unido con el buen sonido de la orquesta británica, en la segunda opción en cuanto a calidad de este tándem entre obra y director, mucho más sinfónica y tradicional que la anteriormente comentada.
Desde el comienzo la visión de Berglund se manifiesta plenamente, con un arranque poderoso, una atmósfera vibrante y comedida, que deja escapar trazos poderosos a la más mínima oportunidad con el tema cromático y sus gestos arrebatados (atentos a su timbal), que culminan en un tema ondulante, como un luminoso rayo solar entre el repentino claro de las nubes. La atmósfera vibrante no se pierde ni un momento en el denso comienzo del desarrollo, hasta culminar en un tema ondulante espectacularmente delineado. Casi se podía adivinar, pero lo más impactante de este movimiento para el director finlandés va a ser el pasaje del fagot, vacilante y desolador, y su contrapartida en las cuerdas, fatalistas e infinitas. Y tras la honda tragedia, llena de nuevo la luz en la tormenta, con una transición que pasa genialmente de la gloria triunfal a la alegría sana, casi infantil del scherzo, llena no obstante de sus pequeños dolores... Pero esos dolores se convierten en agudos en la descomposición final, de ritmos muy nerviosos y ciertamente desconcertantes. Y la coda finalmente sirve de liberadora, en este increíble juego de tensiones que crea el músico finlandés.
El segundo movimiento comienza con cierta sequedad, dejando claro que no va a haber oportunidad para el lirismo y la inocencia... más bien Berglund saca del movimiento toda su agitación y drama posible (sin acelerar el tiempo, muy correcto por otra parte), dándole oportunidad para expresar toda su emocionalidad. Los pasajes en menor son especialmente vigorosos, lo que da un aspecto algo sombrío a este tiempo usualmente diáfano.
La tensión nace también con el comienzo del final, exaltado y robusto, y el tema de los cisnes glorioso, casi olímpico. El devenir musical nunca se detiene, mostrando todas las formas posibles de sus dibujos y colores. De nuevo es el gran tema en menor donde este registro lo da todo, con un clima trascendental y muy doliente, hasta el ahogamiento del tema de los cisnes, cósmico y de por sí uno de los momentos sublimes de la discografía de esta obra, redondeado por unos acordes finales absolutos. Recomendable, aunque con alguna reserva.

Interpretación: 8  • Estilo: 8  • Sonido: 7



Real Orquesta Filarmónica de Estocolmo
Vladimir Ashkenazy
- EXTON (2007)

El registro se enmarca dentro del segundo ciclo sinfónico de Ashkenazy, grabado con la centenaria orquesta sueca para el sello japonés Exton (internacionalismo en estado puro). Director y orquesta condensan muchos años de sibelianismo, y se nota con esta versión poderosa y emotiva.
El comienzo de la sinfonía tiene para el director de origen ruso un color sereno y dorado, que es capaz de trasmutar en negritud rápidamente con la llegada del tema cromático, y un júbilo exaltado con el tema ondulante. Con el desarrollo, Ashkenazy afina aún más con el cuidado de las auras y la separación de timbres que se las superponen, intensificando a su vez su fuerza hasta llegar al paroxismo con la reaparición del tema ondulante. La dirección ha sabido contrastar con gran acierto las dinámicas (aunque a veces el timbal casi no se oye, quizá más por la grabación), de las más sutiles a los masivos tutti. La segunda parte del desarrollo es doliente, muy expresiva, y tiene al fagot como cantor de un lied fantasmal. Toda la fuerza se reserva para el gran tema de la cuerda, que aprovecha cada matiz expresivo para entonar todo su lamento. Con esa intensidad la transición y comienzo de exposición resultan gloriosos y liberadores, como una cortina descorrida de repente que deja entrar toda la luz y todo el aire a una habitación cerrada. El scherzo resulta nervioso, liviano pero de modo feérico, poco terrenal, que aprovecha muchos las diferentes combinaciones instrumentales y sus luchas. El caos previo al final resulta sensacional, hasta una coda que suena amable y de limpia alegría.
El segundo continúa siendo cándido y feliz, con una alegría casi de infancia, sin sombras y llena de gracia. El tempo es bastante acelerado, lo que se percibe en los momentos más frenéticos, que llegan ser muy emocionales. Ashkenazy ha visto más cierto espíritu de intermezzo que de movimiento lento, aunque no faltan ni el lirismo ni el gran sinfonismo en los momentos justos. Especialmente brillantes está la sección de cuerda de la orquesta sueca, con pizzicati precisos y elegantes. 
El movimiento del finale resulta contenido en su arranque, queriendo resaltar los timbres de los arcos y el caleidoscopio de sonidos que lo acompaña, hasta el verdadero centro que son las trompas solemnes y grandiosas del tema "de los cisnes", mayestático con un punto de reconfortante alegría. Las sordinas de la reexposición tienen un bello timbre, que el director resalta con mucha pulcritud. El tema en mi bemol menor resulta altamente expresivo, lleno de pasión y derrota, hasta la hondura del ahogamiento del tema de los cisnes, agarrotado y con toques tremendistas que conducen hasta el paroxismo la música, que llega a la cumbre con los acordes finales, precisos sin más. Muy buena versión, aunque el propio director lo hizo mejor en su primera grabación. Recomendada en cualquier caso.

Interpretación: 8  • Estilo: 8  • Sonido: 7,5 (directo, SACD)

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Capítulo siguiente: (9) Discografía (2) [próximamente]

3 comentarios:

  1. Recién llegando a este blog y me encuentro con mucha info, un verdadero placer leer comentarios tan informados. Llevo relativamente poco tiempo disfrutando a Sibelius (y la música clásica en general) así que valoro enormemente el trabajo aquí realizado.

    Gracias!

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  2. Muy bueno como siempre, gracias!

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  3. Impresionante trabajo de vivisección, maestro. Pon ponerle un pero, a mí me falta una de las versiones superlativas, con la que descubrí realmente esta sinfonía, la de Barbirolli al frente de la Orquesta Hallé, donde la cuerda es fuego puro y los metales brillan como estrellas. Muchas gracias.

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