martes, 24 de marzo de 2009

El Concierto para Violín (3): II. Adagio di molto

El segundo movimiento del Concierto para violín es una pieza de intensísimo lirismo, uno de los momentos más románticos de toda la obra de Sibelius. Fue el movimiento menos de revisado respecto a la versión original (y recibió buenas críticas frente al resto del concierto), lo que da nota de la elevada inspiración que lo fecundó en su día.

Formalmente es un tiempo sencillo, con una simple forma-Lied (ABA, aunque con un pequeño anuncio de la sección central como introducción). La forma también describe su contenido dramático: una sección central trágica frente a los extremos contemplativos y cantabiles. El equilibrio entre orquesta y solista es notable. Aunque el solista tiene algo más de protagonismo el virtuosismo, en cualquier es menor respecto a los movimientos extremos, dejando las dificultades al contenido expresivo más que a las notas rápidas, como un aria de ópera.

Como dijimos en el análisis del
movimiento anterior tanto el carácter como algunas de las características técnicas (el tono y la subdominante minorizada) ya habían sido anunciados en el segundo tema del tiempo, uno de los muchos vínculos que mantienen unidos la obra en su globalidad (la unidad de la obra fue una búsqueda constante de nuestro autor).

Este adagio comienza con una misteriosa introducción en las maderas, previa al primer tema propiamente dicho (oboes primero y después clarinetes, en notas reales):

Este intranquilo motivo, modulante, parece pronto agotarse pronto, como un fantasma a la luz del día. Sólo cobrará sentido en la sección central del movimiento.

El tema aparece enunciado por el solista, acompañado muy suavemente por las cuatro trompas y los fagotes. Es un tema sencillo, ondulante y cantabile, capaz siempre de expansionarse hacia una dirección cada vez más ardiente. Aquí vemos su comienzo con la reducción pianística del acompañamiento para poder leer mejor su armonía:

A pesar del acompañamiento inicialmente camerístico la polifonía es rica. Las apoyaturas son continuas (como en todo el movimiento), y la subdominante minorizada es prominente, normalmente asociada a una sexta añadida (acorde preferido de Sibelius).

La sincopación también va ganando protagonismo en el acompañamiento, de nuevo es una "marca de fábrica" característica de Sibelius (breve - larga - larga - breve, o bien breve - larga - larga - larga - breve, como en este caso). El clímax del tema se alcanza precisamente en una versión de notas más rápidas de este característico ritmo, en las cuerdas:

El violín alcanza su mayor expresión entre apoyaturas y síncopas, auténticos latidos del corazón. A este clímax le sigue una repentina y sosegada conclusión, con el acompañamiento nuevamente de trompas y fagotes.

Entonces se produce la ruptura: el motivo de la introducción cobra ahora sentido: es el agente de la explosión trágica que acaba con el ánimo lírico anterior. Nos encontramos en la sección B, tensa y cromática. El motivo está acompañado ahora por una pedal en el contrabajo primero, al que se une el timbal después, con el ritmo de semichorchea - corchea - semicorchea que aparecía en el clímax de la sección anterior.

Este motivo ascendente se expande y es contestado por un segundo motivo en sentido contrario, todo bajo el espíritu la disonancia y la modulación. Pero tan pronto como vino vuelve a desaparecer, al pronunciar el violín su turbada respuesta, de una tristeza inapelable:

Se trata de un frase suavemente cromática, con un polifónico discurrir a doble cuerda, mientras la cuerda orquestal rescata el manto de semichorchea - corchea - semicorchea. Éste pasa a ser un trémolo que va ganando en intensidad, mientras el solista es invadido por un espíritu progresivamente más extático con rápidas escalas. Todo parece caminar hacia un clímax casi wagneriano.

El tema A aparece entonces en la orquesta, ahora plena, mientras el violín lo adorna con continuas apoyaturas (un vínculo de unión, de nuevo, con el primer movimiento). Cuando el punto álgido del tema (que vimos en el segundo ejemplo) llega, a la orquesta se le une finalmente el solista con una extraordinario pasaje de dobles cuerdas en octavas. Un instante sin duda mágico.

Y sin embargo se vuelve al sosiego con el que finalizaba la primera parte, aunque ahora aún más sigiloso y apagado. Mientras el violín va cantando su despedida, primero el coro de trompas y después unos sencillos acordes de la cuerda dan por terminado el movimiento. Puede parecer incluso que es una conclusión un tanto turbadora dada la fuerza del clímax anterior. Pero sin duda es una manera de preparar la energía tremenda del siguiente movimiento.

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En nuestra próxima entrega comentaremos el final de la obra. Les dejamos con este movimiento en la sentida versión de Christian Ferras con el maestro Mehta dirigiendo.

Capítulo 1:historia de la obra
Capítulo 2: I. Allegro moderato
Capítulo 4: III. Allegro, ma non tanto
Capítulo 5: La versión original
Capítulo 6: historia posterior a su estreno de 1905
Capítulo 7: discografía (versiones recomendadas)

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