viernes, 3 de abril de 2009

El Concierto para Violín (6): historia posterior a su estreno de 1905

Cuesta imaginar que esta obra, imprescindible en la actualidad, recorriera sus primeros treinta años de vida en un muy discreto lugar entre los trabajos de Sibelius. Desde luego que no es nada raro que una gran obra haya pasado desapercibida para público, críticos o historiadores de la música, pero este es singular en una composición que tenía todos los ingredientes para haber triunfado en ese momento, máxime cuando el talento de nuestro autor empezaba a ser reconocido fuera de su ámbito más inmediato. La propia alma del compositor estaba inmensa en su música. Su estética finisecular, su exotismo nórdico (en un momento en que Grieg era inmensamente popular en todo el mundo occidental) y su virtuosismo aristocrático podían augurarle un gran futuro. ¿Qué sucedió? Es difícil decirlo. Muy posiblemente su violinismo tardó en encontrar acomodo entre los instrumentistas de la época. Quizá se estaban enfrentando a ella con un interés sólo técnico, olvidando la pasión que lo recorría. Quizá incluso la partitura era demasiado difícil de abordarla sin traicionarla. Encontremos más pistas siguiendo el discurrir de la historia. Sobre el estreno en Berlín, con Karel Haliř al violín y Richard Strauss dirigiendo a la Filarmónica de Berlín no hemos podido encontrar reacciones, por lo que podamos especular que pasó sin pena ni gloria a pesar del interés y el esfuerzo de Strauss, que admiraba la música del finés. Como ya habíamos visto, la partitura fue dedicada finalmente a Franz von Vecsey, un niño prodigio que entonces contaba con apenas 12 años. Hay referencias sobre que el joven virtuoso tocó la partitura al año siguiente, pero no son nada seguras.

Franz von Vecsey (1893-1935)

El estreno en Finlandia de la versión revisada tuvo que esperar hasta el 12 de marzo de 1906 y a la batuta de Robert Kajanus. El solista fue un músico letón apellidado Grevesmühl. Las críticas fueron dispares, lo que sin duda alejó la partitura del ánimo de nuestro compositor. A finales de 1907 Sibelius efectuó un rápido viaje a Moscú - donde políticamente se le apreciaba poco pero donde su música encontró un gran reconocimiento - en el que concibió una interpretación del Concierto, pero no encontró un solista adecuado. Lo cierto es que en esos primeros años la obra apenas conoció ejecuciones. En marzo de 1911 Gustav Mahler, a la sazón director de la Filarmónica de Nueva York, que había tenido un breve pero muy cordial e intelectualmente estimulante encuentro con Sibelius 4 años antes, planeó el estreno americano de la pieza. Pero ya estaba muy enfermo - moriría dos meses después - y tuvo que abandonar el proyecto. Desde luego el concierto parece estar maldito... Justamente antes de su exitoso periplo americano de 1914, nuestro autor visitó Berlín en un viaje muy estimulante artísticamente. Allí Alfred Wittenberg y la Filarmónica dirigida por Carl Panzner tocaron nuevamente la obra, pero Sibelius no pudo asistir. Sin embargo, hubo un testimonio indirecto, que relata en su diario: "según Palmgren [Selim Palmgren (1878-1951), importante pianista y compositor finlandés] fue extraordinariamente bien. Pero parecía tan poco sincero que temo que lo contrario sea lo verdadero". Durante la segunda década del siglo Sibelius escribió numerosas piezas para violín, tanto con acompañamiento orquestal como piezas (en general menores) con piano. Las obras orquestales son realmente extraordinarias, e incluyen las Dos serenatas opus 69 (1911 y 1912), y las Seis humoresques opus 87 y 89 (1917-18). El carácter de estas piezas es modesto en lo técnico, muy personales en lo musical, con una fuerte impronta modal. A finales de esa década planificó además un nuevo concierto para ciolín, un "Concerto lirico" que no llevó acabo (aunque parte de sus esbozos acabaron en la Sexta Sinfonía). Sin duda el amor por el violín seguía estando presente, y bastante alejado del virtuosismo: ¿estaba escarmentado por el carácter casi imposible entonces del Concierto? Sorprendentemente el propio autor no dirigió la partitura hasta 1924, en el concierto de Estocolmo donde estrenaría su propia Séptima Sinfonía (entonces bajo el título de "Fantasia sinfonica"). El nombre del solista fue Julius Ruthström, capaz pero no nada más. El concierto en general, que también incluía la Primera Sinfonía, no fue un éxito absoluto, aunque provocó la admiración de los dos grandes sibelianos de la ciudad sueca, Armas Järnefelt - cuñado de Sibelius, director y compositor - y Wilhelm Stenhammar, el gran autor musical de Suecia. En 1928, el 9 de marzo escucha al destinatario final de la obra, Ferenc von Vecsey, interpretar la obra, pero de nuevo la crítica no es unánime sobre la propia composición. Cuando en 1936 Karl Ekman publica su testimonio-biografía, el concierto no ocupa un lugar destacado, apenas un párrafo donde la conclusión es que "1905, cuando apareció en la forma en la que atrae a día de hoy a violinistas con pretensiones técnicas y al tiempo artísticas". Es decir: nada del otro mundo aparte de su virtuosismo. Ciertamente que había pasado desapercibido, nada parecía augurarle más que el puesto de una obra menor en el catálogo de su autor. Pero ya para entonces comenzaba a comercializarse la grabación que Jascha Heifetz, uno de los mejores violinistas del siglo XX (si no el mejor) y Thomas Beecham, para entonces ya un experto director sibeliano, dirigiendo la Filarmónica de Londres, había grabado para Emi el año anterior. Desde luego el mundo había cambiado mucho desde que la obra fue finalizada 30 años antes, y la tecnología habría un nuevo campo para la difusión musical. La interpretación era sin duda extraordinaria, apasionada y sentenciadora, y apareció en un momento en que las malas circunstancias del mundo civilizado parecían invitar a un nuevo romanticismo de evasión...

El disco de Heifetz y Beecham se convirtió en un éxito extraordinario de ventas, y la obra se escuchó por primera vez en todo el mundo y ganó una gran popularidad (aunque el respeto no pudo ganárselo hasta que se sofocaron los ecos de la retórica adorniana). Los virtuosos del violín descubrieron que la obra merecía la pena, y orquestas de todo el mundo programaron la pieza. Los avances en la enseñanza musical permitieron a los violinistas más oportunidades para abordar la partitura, y sin duda eran muchos más los músicos que a partir de la mitad del siglo XX podían afrontar sus difíciles pasajes. Es entonces cuando la obra se asienta en el repertorio, y de manera absoluta, ocupando un lugar de honor al lado de los conciertos de Mozart, Beethoven, Mendelssohn, Brahms, Bruch y Chaikovsky. No habrá virtuoso de rigor que no toque la pieza: Perlman, Mutter, Ferras, Oistrakh, Stern, Kremer, Shaham, Chang, Neveu, Accardo, Hahn, Mullova, Bell... por apuntar sólo los más destacados. En el próximo post, con el que cerraremos nuestra serie sobre el Concierto, hablaremos precisamente de la discografía. No haremos un repaso exhaustivo por una lista inmensa, sino que comentaremos las grabaciones a nuestro juicio más destacadas. Entre ellas estarán entre los primeros lugares dos que no son precisamente resultado de la labor de grandes virtuosos. Ya descubrirán por qué.

Capítulo 1:historia de la obra 

Capítulo 2: I. Allegro moderato 

Capítulo 3: II. Adagio di molto 

Capítulo 4: III. Allegro, ma non tanto 

Capítulo 5: La versión original 

Capítulo 7: discografía (versiones recomendadas)

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